Lo de hoy...
La información nunca está protegida

Fue un 10 de mayo…

Tags:

Cuando la veía ahí, sentada, me recordaba a la canción de Penélope, “Con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo…”

Su mirada se perdía en la nada.

Buscando en la nada quién pasara por ella.

Buscando en el horizonte a quién extender sus brazos.

Buscando descargar ese amor de madre que sólo ellas saben lo inmenso que es.

Mientras hacía el quehacer yo le bailaba aquello que decía: “Mira madre que en el mundo nadie te ama como yo, mira que el amor de madre es tan grande como Dios” y ella dejaba de hacer las cosas del hogar y me abrazaba.

Me estaba preparando para bailar el “bailable de la escuela” del 10 de mayo.

Yo estaba en segundo de primaria de la escuela Antonio Caso, a media cuadra de la casa.

Papá me había llevado a comprar mi sombrero, mis botas y mi “paliacate” para la gran ocasión.

Y en lo que llegaba el gran día, yo ensañaba bailando frente a mi mamá y ella, atacada de la risa con mis ocurrencias y mi destreza para bailar.

Su mirada se perdía en la nada.

Buscando en la nada a quién pasara por ella.

Buscando en el horizonte a quién extender sus brazos.

Buscando descargar ese amor de madre que sólo ellas saben lo inmenso que es.

Una vez me le acerqué… para ser exactos fue un 10 de mayo por la mañana.

Se veía más hermosa que nunca.

Se veía más lúcida que nunca.

Se veía más amorosa que nunca.

“¿Quién va a venir por usted, madre?” le pregunté con esa familiaridad que me daba el saludara todos los días, a la misma hora, en el mismo lugar, en la misma banca y con la misma ilusión, con la misma esperanza, con el mismo amor.

Me llamaba la atención su manera tan pulcra de vestir, su manera tan correcta de sentarse y la forma en que miraba ansiosa a la nada.

Me fascinaba la delicadeza de sus gestos, adoraba los pliegues que se le formaban en su ya marchito rostro, cubierto tan sólo con un discreto maquillaje.

Varias veces le hice segunda, me sentaba con ella y miraba, al igual que ella, a lo lejos, esperando algo, esperando a alguien o simplemente dejando que el tiempo pasara y justificara esos momentos tan de ella, tan de mí, tan de nadie.

Fue un 10 de mayo… y ella estaba ahí, como la canción de Penélope, de Joan Manuel Serrat, “Con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo…”

Sabía que no iba a ir, era imposible, el trabajo la agobiaba, había que sostener en pie y con estudios a 7 hijos, no sólo a mí.

“A ver hijo, vuelve a bailar esa parte”, me decía mi mamá mientras Los Alegres de Terán cantaban en esa vieja consola de sonido estruendoso aquello que decía: “Mira madre que en el mundo nadie te ama como yo, mira que el amor de madre es tan grande como Dios”.

“Oiga madre, ¿y quién viene por usted?” Le volví a preguntar con la confianza de verla ahí todos los días, con la confianza de que todos los dias me regalaba una sonrisa y una bendición.

“¿Ya te cansaste de acompañarme?” me dijo con voz dulce, una voz fuerte pero cansada, muy cansada.

Miré al infinito, miré a la nada, la miré a ella.

“Nunca te canses de esperar hijo, nunca, un día puede ser el GRAN DIA y ese día habrá valido la pena tanta espera”.

En la escuela ya estaban todos en la fila para salir a bailar.

Mamá me llevaba de la mano, ambos corriendo para llegar y subirme al escenario, mi papá nos gritaba a lo lejos que el sombrero se nos había quedado y volvimos por el.

Llegamos justo a tiempo a la escuela.

Mamá me pone el sombrero, me acomoda mi guayabera blanca y mi paliacate rojo en mi cuello, me da su bendición.

Sabía que estaba haciendo un mega esfuerzo por estar ahí, en la escuela.

Sabía que le esperaba mucho trabajo en casa.

Recuerdo que justo cuando Los Alegres de Terán empezaron a cantar “Mira madre que en el mundo nadie te ama como yo, mira que el amor de madre es tan grande como Dios…” veo que se aleja discretamente rumbo a casa y yo corro detrás de ella y me pego a sus “enaguas”.

Mis manos eran tenazas de acero aferradas a su falda y nadie me las quitaba toda vez que me aferraba a ellas.

“Si te vas mejor te bailo en la casa mientras lavas la ropa”, recuerdo que le dije.

Ella me cargó, sus ojos se nublaron de unas lágrimas que no cayeron pero que ahí estaban.

Me cargó, me llevó una vez más a la escuela, se sentó en una de las butacas que habían puesto en el patio para dicha celebración.

Y esperó a que Los Alegres de Terán volvieran a cantar aquello que dice “Mira madre que en el mundo nadie te ama como yo, mira que el amor de madre es tan grande como Dios…” para que yo saliera a bailar…

…Y bailé …bailé de felicidad poque por vez primera ella había dejado todo el quehacer de casa para estar ahí, llorando de felicidad al verme bailar… bailar para ella… para la mejor madre del mundo…

arri40@hotmail.com
Instagram @arri40

Ultimas Noticias