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La bocamina de San Ramón

Desde siempre la mina de San Ramón tuvo la entrada construida de calicanto para resguardar a los mineros de los deslaves y del torrente de agua que bajaba por la barranca.

Indios y mestizos trabajaban en la mina, por salarios míseros.

Algunos otros eran esclavos de origen africano, obligados a laborar por tan sólo una comida al día.

Las jornadas eran desde el amanecer hasta la noche, casi 12 horas sin días de descanso, únicamente la tarde de los domingos.

En la época colonial, por las condiciones de explotación y las circunstancias de ese tiempo, la temperatura y el aire en el interior de una mina eran sofocantes, casi de asfixia. El trabajo de extracción era en gran parte manual, a puro esfuerzo humano, con barras, picos, mazos y cinceles.

Particularmente en San Ramón el descenso era de más de 500 metros como en los túneles de un hormiguero, por escalones de madera incrustada en la piedra. A cada varios metros había colgadas antorchas para alumbrar, y cada minero llevaba una vela prendida en un paliacate amarrado a la frente para ver por dónde pisaba. Con una banda de ixtle tirada por la cabeza, cargaban sobre la espalda canastos o costales de mecate con 70, 80 o hasta

100 kilos del material arrancado a la veta, el cual contenía oro, plata y otros minerales entremezclados y adheridos a la roca.

A pesar de que existía una torre para procurar ventilación, al calor y al dióxido de carbono por la respiración de más de 700 mineros, se sumaba el polvillo de las excavaciones y explosiones con pólvora. Al paso de los días y los meses los pulmones se impregnaban sin remedio con esa mezcla turbia y persistente, los bronquios comenzaban a calcificarse o a llenarse de líquido por la pobre oxigenación, y a los 10 años la persona era ya inútil para bajar a la mina, por el sufrimiento angustiante para respirar causado por la silicosis, una enfermedad pulmonar obstructiva crónica.

Quien dejaba de trabajar en una mina era reemplazado de inmediato y sin ninguna compensación, sobre todo en tiempos de bonanza, porque en aquel tiempo no había consideración alguna hacia la vida de la gente humilde.

La mina de San Ramón era explotada desde alrededor del año 1550, pues fue en ese sitio donde se descubrió la veta madre de plata y en donde se encontró además oro mezclado con otros minerales útiles.

Pero la noche del 15 de julio de 1880 luego de una de las lluvias torrenciales ocurridas en Guanajuato, hubo una gran tragedia: en el tiro vecino de Santo Cristo el agua acumulada por muchos años en el fondo, se abrió paso abruptamente por un

túnel debilitado y abierto hacia la superficie debido a la gran presión, y cayó sobre las entradas de las minas de Valenciana y San Ramón; el caudal provocó derrumbes y que trabajadores y andamios salieran disparados de los respiraderos como por un cañón. Muchos otros más quedaron atrapados en los niveles más profundos.

Un joven guanajuatense de nombre Juan Ramón fue uno de los mineros que ya no pudo salir; minutos después de la tragedia, su padre ya estaba con más gente desde la bocamina para ayudar con el rescate, en lo que fuera posible.

Al pasar los días, fueron muchos los cuerpos que aparecieron entre las piedras y el lodo de los derrumbes. Pero Juan Ramón no, y su padre desesperado comenzó a descender más y más conforme se desalojaban los escombros. Otros mineros que lo vieron adentrarse en los túneles, dijeron que sólo se había encontrado una medalla de la Virgen de Guadalupe que era de Juan Ramón.

Pasaron algunas semanas, y el padre de Juan Ramón ya no regresó a la entrada de la mina.

Años después, fue encontrado su cuerpo momificado en uno de los túneles más inaccesibles y profundos, en solitario, sin su hijo. Al parecer había muerto por el hambre, el cansancio y la desesperanza en aquella búsqueda.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces, alrededor de 140 años.

Hoy la mina de San Ramón ya no es explotada para extraer el mineral. Pero queda la bocamina con un descenso limitado de casi 60 metros, donde hay un museo de sitio para los turistas con la exposición de una pequeña vena de plata ennegrecida, derivada de la veta madre.

Y los guías recuerdan la historia de aquel hombre que según cuentan, todos los días sigue buscando a su hijo en las profundidades, en la mina clausurada, entre los túneles derrumbados e inundados sin remedio…

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