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Fortunas y quebrantos del gobierno divido en Nuevo León

 

La cancelación del replaqueo por parte de los diputados locales exhibe en Nuevo León las ventajas y desventajas del gobierno divido: el PRI ocupa el ejecutivo estatal pero no cuenta con el control mayoritario en el Congreso local. Este fenómeno político se presenta en la mayoría de los casos en sistemas bipartidistas, sin embargo, también forma parte de sistemas multipartidistas como el nuestro.

Por el contrario, cuando un partido cuenta con el control tanto del Ejecutivo como del Legislativo, se habla de “gobierno unificado”. A su manera, don Alfonso Martínez Domínguez era seguidor ferviente del gobierno unificado; le resultaba inconcebible que a un Congreso local lo dominara otro partido que no fuera el PRI.

En sexenios posteriores, la composición del legislativo cambió: el PAN registró en varias legislaturas mayoría relativa, con más curules que los otros partidos. Así se vivió cuando Natividad González Parás fue gobernador. El oficio legislativo convirtió ese gobierno dividido en un modelo normal, con fracciones partidistas que calculaban o medían las consecuencias de sus actos. Nunca se incurrió en “parálisis gubernamental” aunque prevalecieron muchas veces (digamos que de más) los vetos del gobernador, como ocurre ahora con el replaqueo. No se necesita ser adivino para anticipar que Medina vetará esta reforma y que la medida conllevará fuertes costos políticos.

Lo evidente es que la actual legislatura delata una nula colaboración con el gobierno de Medina. No prosperan iniciativas impostergables como la recién desechada participación ciudadana y la constante son los conflictos entre diputados locales. La función de contrapeso y vigilancia está desbordada, se tiende a la inestabilidad y flota en el ambiente una sensación de parálisis gubernamental. La división de poderes en Nuevo León es como un accidente o una suerte de mal sueño o pesadilla en cada periodo de sesiones.

Sin embargo no todo es malo: el gobierno dividido como el nuevoleonés es resultado de elecciones más competidas, de la sofisticación del voto por parte de los electores – que se vuelve más selectivos y su voto es cruzado – y de lo lejano que quedan las modernas formas de gobernar con aquellas prácticas “unificadas” de las que tanto alardeaba don Alfonso.

El problema es que el gobierno del estado no ha sabido agenciarse beneficios de este escenario: carece de mecanismos para negociar con la oposición, le falta habilidad para cabildear y diseñar incentivos para que coopere el PAN con él en materia legislativa (no todo se reduce a acusarse mutuamente de tornar electorero cualquier asunto público).

¿Ventajas de que en Nuevo León no vivamos en un régimen parlamentario? Planteo sólo una: el gobernador del Estado ya hubiera recibido un voto de censura y hubiera sido obligado a dimitir. ¿Ventaja? ¿Pero para quién?

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