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El sismo nuestro de cada día

Cuando todos amanecimos sorprendidos por la noticia de que durante la madrugada del pasado 26 de noviembre y a menos de cien kilómetros de Cadereyta Jiménez, N.L. se ubicó el epicentro de un sismo con magnitud de 4.5 grados, de pronto surgieron toda suerte de voces conocedoras del tema, hasta los más nóveles reporteros y conductores de radio o televisión se volvieron expertos en la materia para continuar estremeciendo a la audiencia, mencionando personales visiones centradas, tremendistas o catastróficas de lo que puede acontecer dentro de poco en Monterrey y su área metropolitana.

“Corteza terrestre, escala de Richter, movimiento oscilatorio, asentamiento de terreno, tipo trepidatorio, epicentro, fallas geológicas, sismólogo, telúrico, ondas sísmicas”, entre otros términos, (y muletillas) de pronto se volvieron vocablos de uso común en forma tan inesperada y abrupta, casi como el mismo fenómeno natural que con magnificencia una aldea de comunicadores intentara describir.

Fortaleciendo su postura con el dicho de corresponsales de la región citrícola que memoraron anteriores eventos registrados este año en Montemorelos, Linares, Terán, Allende y el propio Cadereyta, algunos conductores se aventuraron a vaticinar que en los próximos años o meses, Nuevo León podría resentir la furia de la naturaleza manifestada en un terremoto de magnitud catastrófica similar a otros acontecidos en territorio nacional o en centro américa; periodistas más mesurados se apegaron a información consultada a investigadores y académicos de la Facultad de Ciencias de la Tierra, de la U.A.N.L., institución que a menos de una década iniciar el monitoreo del comportamiento geológico, no cuenta con fundamentos suficientes como para determinar un destino probable para nuestra voluntariosa entidad.

Y al mencionar “voluntariosa entidad” me refiero a una comunidad de mujeres y hombres que con abnegada resistencia y genuino temple, no precisamente desde ayer por la madrugada, sino cuando menos desde hace veinte años, ha sabido sobreponerse a las adversidades derivadas del continuo y común sismo político social que ha caracterizado los gobiernos de Fernando canales, el interinato de Fernando Elizondo, Natividad González Parás y los primeros cuatro años de Rodrigo Medina.

Quién no recuerda los épicos embotellamientos viales registrados en por la construcción de un crucero en avenida Sendero con Barragán y con Universidad, iniciado por Oscar Bulnes, el constructor de Fernando Canales, mismo que quizá nunca representó una solución específica para los automovilistas, derivando en un costo triplicado por la tardanza en la entrega de los trabajos, eso sin incluir en la factura el cargo por la mayor afectación de terrenos. El zapapicazo de la obra corrió a cargo de Abel Guerra y su homólogo nicolaíta Fernando Larrazabal que así proyectaban en ascenso sus aspiraciones políticas; de los cruceros a nivel se avanzó a los puentes elevados y el conjunto de obras viales continúa en proceso hasta el día de hoy en un epicentro de atorones viales que no termina.

En el mismo filo del mandato gubernamental de Canales, con el aval de Fernando Elizondo, su secretario de finanzas que después le sucedió en el cierre de esa gestión, Don Jesús Hinojosa como mandamás de Agua y Drenaje decidió quebrar lanzas con los constructores locales; sin más, compró maquinaria pesada para él mismo hacer las obras pluviales que el área metropolitana demandaba para encauzar sus fluidos residuales, pero como no era lo mismo la visión hidrográfica focalizada de un ex alcalde, a la percepción global de un titular de AyD, al buen Don Chuy se le terminó el tiempo de su administración al frente de la paraestatal y las zanjas seguían abiertas por todo rumbo. Aunado al caos vial, la trampa de las obras inconclusas de los colectores pluviales, hacían de circular en Monterrey una experiencia similar a lo que se podría sentir al atravesar calles de Bosnia. Con la lluvia muchas de esas zanjas se volvieron lagunas naturales, el rechazo público fue manifiesto en el voto de castigo que regresó el mando estatal al PRI, de Natividad González Parás.

El sismo urbano de la construcción del viaducto para la expansión del Sistema de transporte colectivo Metro, encontró réplica con epicentro en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, donde un venero surgido entre palacios y museos dio surgimiento al canal Santa Lucía, cauce que uniría a la Gran Plaza con el Parque Fundidora, emblemáticos vestigios de anteriores actividades telúricas ocurridas en la región; esto, además del paso trepidante de Luca, una marioneta gigante que hacía vibrar la tierra a cada paso, caracterizó el catastrófico sexenio de González Parás, ya que la edificación del muro de la presa rompe picos en medio de la Huasteca no repercutió negativamente en el área metropolitana, por lo demás, el mandatario se dedicó a tapar los drenajes abiertos que le heredara Jesús Hinojosa y encontrarle continuidad a un puente colgante edificado sobre un río que la mayor parte del año no lleva agua.

Ya con Rodrigo Medina, los sismos han continuado quizá con menor intensidad, o más bien focalizados en corredores específicos, a todo lo largo de la avenida Ruiz Cortinez y parte Lincoln, en Avenida Las torres, y en Félix U. Gómez; en el primero lindero indefinidamente se prolongan los trabajos para sustentar la ecovía, un metro “ligero” para dar apoyo a ese sistema de transporte colectivo; en el segundo epicentro la tragedia vial ha sido causada por un problemático paso a desnivel cuya construcción no tiene para cuando acabar, y que estrangula a un solo carril por ambos sentidos a una arteria de hasta cuatro sendas, habitantes y trabajadores del sector Valle Oriente, yel sur de Monterrey son los principales damnificados; Félix u, Gómez apenas acababa de inaugurar pasos a desnivel en su cruce con Ruiz Cortinez, pero su entretegido de varillas de acero quedó al descubierto porque, sorpresa, por allí pasará una tercera vía elevada del metro, así que borrón y cuenta nueva, a empezar otra vez.

Sin mayor contratiempo que el ocasionado por su oscilante construcción, el sistema vial Gonzalitos que contribuyó a cambiar de “aquí pa’ya y de allá pa’ca” la orientación de las avenidas Constitución e Ignacio Morones Prieto, el sismo de Rodrigo Medina ha sido hasta cierto punto soportable.

En el perfil sismológico de Monterrey y su área metropolitana, mención aparte merecen los panistas Margarita Arellanes, Fernando Larrazabal, Adalberto Madero, los hermanos Zeferino y Pedro Salgado, Jesús María Elizondo y sus homólogos tricolores César Garza, Irma Adriana Garza e Ivonne Alvarez, ediles que en su momento han resentido arteras fallas geológicas en detrimento de sus endebles programas de bacheo y recarpeteo, con lo cual han dejado sus respectivas comunas con más cráteres que la cara oculta de la luna, sobre todo luego de cada lluvia.

En este punto omito abundar de reacomodos de terrenos o sismos políticos, pero por favor, no me digan que podría sorprendernos un terremoto, a los regiomontanos conurbados eso ya no nos asusta, se ha vuelto cosa de todos los días.

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