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Regaños de Molière a un arquitecto de San Pedro

 

El arquitecto desplegó en la Mac, ante nuestros ojos, las imágenes renderizadas, impecables pero insulsas: no eran la ilustración de nuestro proyecto en 3D, sino apenas un esbozo coloreado y convencional; no una simulación realista de nuestros sueños de innovación audaz tan largamente explicado, sino apenas una estructuras poligonales sin vida y sin la mínima inspiración. No arte sublime: apenas técnica elemental. Pero el pago de sus honorarios (por lo menos del anticipo tan elevado), eran propios de un Leonardo o un Rafael contemporáneo.

Ya se sabe que el talento se mide ahora en Nuevo León en razón de la inversión en marketing del supuesto profesional: si aparece en las revistas de moda, en Sierra Madre, en panorámicos y publirreportajes, tiene por fuerza que ser el mejor de su gremio. El prestigio personal lo respalda la pose majestuosa ante las cámaras. Sólo la evanescente fama acredita la calidad. Y no hay más.

Este arquitecto de medio pelo se metamorfoseaba en genio renacentista a la hora de cobrar su mediocre trabajo. ¿Y no merece uno como cliente al menos el privilegio de protestar ? Pero diga lo que se diga, los regiomontanos somos la raza de la cortesía sumisa, del “me chamaquearon y pues ni hablar”. Y yo no tengo madera de mecenas, menos de obsequiante dadivoso y mucho menos de aguantador.

Mi socio me apartó discretamente del monitor de la Mac y me aconsejó resignarme. Ya veríamos luego cómo subsanar el dispendio que ocasionó el pésimo producto del arquitecto que contratamos; se podía compensar reduciendo costos de materiales de obra, o sacrificando otros rubros.

Lo interrumpí con un gesto teatral: “No” exclamé, alzando la voz para que me escuchara el arquitecto a lo lejos. “Yo no puedo soportar ese método cobarde que finge la mayoría de la gente. Nada aborrezco más que a los donadores de frívolos abrazos, esos que tratan de igual modo al hombre honrado y al fatuo. Debería castigarse sin piedad ese comercio vergonzoso de apariencias amistosas; que nuestros sentimientos no se oculten jamás bajo vanos cumplidos”.

Mi socio se quedó asustado: “¿De donde sacaste tanta jalada”. Me tenté a no responderle para dejarlo con la duda pero pudo más mi honestidad intelectual: “De Molière”, aclaré. “Lo recita en el acto primero Alceste, el protagonista de su comedia teatral “El Misántropo”. La obra se estrenó en París hace 347 años, ¿pero a poco no la sientes tan actual como si la hubiera escrito ayer?”.

El arquitecto que me escuchaba a medias, no sabía si ofenderse o no, pero por no dejar se levantó de la silla, apagó la Mac y se me acercó. “¿Me dijiste fatuo o algo así?”. Mi socio seguía mudo, con la cara desencajada. “No”, le dije: “es que son las cinco de la tarde y a esta hora me gusta recitar a Molière”. Obvio, se me quedó viendo con la mirada típica de quien no sabe quien carajos es Moliere. Luego le señalé que sus renders eran tan convencionales que parecían copiados de un manual de diseño gráfico para niños de primaria; que era la cuarta vez que los corregía y que ya no cabía esperar más de su creatividad en entredicho”. Se marchó muy indignado, pero no lo suficiente como para regresarnos el anticipo de sus honorarios.

¿Qué pasa con muchos profesionistas en México que a la menor contrariedad desisten, como si estuvieran cloroformizados y no entienden la competencia privada y la disputa eficiente? ¿Por qué no esmerarse en seducir al cliente sin pensar exclusivamente en cómo quitarle su dinero? ¿Por qué asumir los contratos de prestación de servicios como si fueran el inicio de una dependencia parasitaria? Nos falta cultura del emprendimiento. Y de la competitividad. Valoramos más la imagen que el fondo; la forma que el desempeño.

Para acabar pronto, nos gusta más el fashion que el control de calidad. ¿O acaso hay control de calidad en nuestra televisión local? ¿En las estaciones de radio regias? ¿En los servicios del gobierno local o estatal? ¿En las agencias automotrices? ¿En las gasolineras? ¿En la atención a los usuarios de la CFE o de Gas Natural?

En otra escena de “El Misántropo”, un poeta mediocre le pide al protagonista Alceste que le de con franqueza sus comentarios sobre un soneto amoroso que acaba de escribir. Alceste destroza abiertamente el escrito sin suavizar sus críticas. El poeta le responde ofendido: “Ya quisiera verlo yo componer un poema a su manera sobre el mismo tema”. La réplica de Alceste es modélica pero difícilmente la diría un regiomontano, o un sampetrino, tan cuidadosos que somos de no herir susceptibilidades ajenas: “Podría por desgracia componer uno igual de malo, pero me guardaría de mostrárselo a la gente”.

En suma, si vas a ofrecer un servicio profesional, hazlo bien, o métete de político a joder a quien se deje.

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