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El Mar está enojado

A través de los amplios ventanales de la habitación del hotel donde me hospedo, observo la inmensidad del mar.

Son las seis de la mañana en Cancún y ese monstruo de piel azul aun duerme tranquilo allende el horizonte.

Decido entonces fascinado por su presencia, encaminar mis pasos a su encuentro.

Ya en la playa, ahora es el mar el que viene a encontrarme a mí, bestia dócil lame con su cálida lengua de agua mis pies descalzos.

Un murmullo acuático como canto de sirena invita a sumergirme en su vientre y las olas mecen mi cuerpo en un vaivén placentero. Me siento niño otra vez.

A lo alto, una luna pálida está a punto de marcharse a descansar a sus aposentos celestiales, después de una larga velada para dejarle su lugar al sol.

Salgo a la superficie y en la arena blanca agradezco a Diosito bueno por haberme permitido juguetear con su hijo mayor y bañarme en el agua bendita de este océano eterno.

__. “Veces que el mar nos habla oiga, no todos lo entienden yo sí”, me dice don Carlos Pot, un viejo pescador yucateco que conocí en Cancún, mientras desenreda parsimonioso la red con la que buscara como siempre el pan de cada día.

__. “¿Y qué le platica el mar don Carlitos?”, le pregunto socarrón al anciano sabio de piel curtida por el sol del trópico y la brisa marina.

__. “No pos veces se despierta amuinado y nomas brama como toro bravo, creo que el mar está enojado con el hombre”, me contesta en su humilde filosofía ancestral.

Nos despedimos con un apretón de manos y me dispongo a caminar por la costa.

Las palabras del viejo hacen eco en mi mente: “Creo que el mar está enojado con el hombre”. ¿Por qué?, me pregunto.

La respuesta no se hizo esperar, en un “lenguaje mudo”, silencioso, simbólico escuche al mar y comprendí su enojo.

A mi paso la marea “escupía” botes de cerveza vacíos, latas de refresco, botellas, bolsas de plástico y toda clase de productos que en su irresponsabilidad los turistas lanzan a la deriva.

Tal vez por eso está enojado el mar, reflexiono.

Y no es para menos, existen vestigios de que desde la época de los romanos los océanos han sufrido daños incalculables, sin embargo, estudios recientes demuestran que la degradación se ha acelerado por los vertidos industriales y la escorrentía procedente de explotaciones agrarias y ciudades costeras.

Algunos de los contaminantes más comunes derivados de la actividad humana son los plaguicidas, herbicidas, fertilizantes químicos, detergentes, hidrocarburos, aguas residuales, plásticos y otros sólidos, arrojados en forma irracional al inmenso y profundo basurero en el que el hombre insiste en convertir al mar.

Sin pensar que estos desechos vertidos en los océanos desde tierra o desde barcos en altamar, acaban siendo con frecuencia alimento de mamíferos marinos, peces y aves que los confunden con comida, y que traen a menudo consecuencias desastrosas para la fauna marítima y terrestre.

En una actitud cínica y suicida Los partidarios de continuar con los vertidos en los océanos incluso tienen un eslogan que reza: «La Solución a la Contaminación es la Dilución.», ¡Que insolentes!

Basta con fijarse en la zona muerta del tamaño del estado de Nueva Jersey que se forma cada verano en el delta del río Mississippi, o en la extensión de 1.600 kilómetros de plástico en descomposición en el Pacífico Norte para darse cuenta de que esta política de la «dilución» ha contribuido a llevar al borde del colapso lo que tiempo atrás fue un ecosistema oceánico próspero.

Pero ahí no acaba todo, Los científicos han descubierto 400 zonas muertas de esas características por todo el planeta, sin contar lo que es conocido como “El Gran Parche de Basura del Pacífico”, cuya extensión según las estimaciones llevadas a cabo, duplica el tamaño del estado de Texas.

A principios de 2010, se descubrió otra gigantesca isla de basura en el océano Atlántico.

Si no existe conciencia ecológica en el ser humano y continuamos atentando así en contra de la naturaleza, tiene razón don Carlos, aquel viejo y sabio pescador yucateco que conocí en Cancún, el mar seguirá enojado con el hombre.

Esperemos pues, a no despertar un día de estos la furia de Dios.
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