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La información nunca está protegida

Donde habita el olvido

 

Los narcos son motivo de plática en los asilos de Monterrey. Los viejos se neurotizan leyendo periódicos, viendo noticias en la tele. Nada les afecta en sus islas de cemento; no vendrán los zetas por ellos, pero se nutren de la paranoia externa. Así se enganchan, aunque sea a medias, con el entorno social y vuelven a ser parte de la ciudad. Imaginan a los hijos en peligro, a los nietos en riesgo; esos hijos que nunca los visitan y esos nietos que sólo conocen de oídas.

Visito a Minerva desde hace años. La veo de vez en cuando en el asilo que para ella es casa de reposo, soñando con cultivar alcachofas y plantar tomates en un huerto que no existe, porque el patio es de concreto.

Ella se abriga, aunque haga calor, usa bata de algodón y gorro tejido sobre su cabeza. La conocí porque me contaron que fue amante de un actor famoso. Ella me lo confirmó y no tiene labios de mentirosa; ojos sí, pero apenas ve con ellos. Pero Minerva juró guardar sus secretos de enamorada.

Me dice que primero la quisieron meter en la Casa del Actor, porque fue co-guionista de Los Gavilanes, la película de Pedro Infante. Fue Minerva a Mixcoac a conocer la casona: jardín con begonias y geranios, cuartos con ropero, piano de cola viejo que sólo servía para tocar boleros de Agustín Lara, oratorio con un Cristo del siglo XV que donó Dolores del Río. Pero no la aceptaron: le faltaba edad. Hoy, que ya le sobra, está a gusto donde está.

Minerva no me quiere confesar quien fue su amante famoso. Cree que si me lo cuenta dejaré de visitarla. Y tiene razón: la gente apenas se da tiempo para atender a los viejos de uno. Aunque a mí siempre me ha llamado la atención conocer viejos que fueron alguien, celebridades en decadencia.

Minerva le cuenta al viejo de al lado que algún día vendrán a asaltarlos los narcos. Y el viejo de al lado suspira apesadumbrado. Eso le dice Minerva. Los sicarios han terminado por hacerla sentirse parte del mundo de afuera. Ya vive como ciudadana normal. Para ella es como el final trágico de Los Gavilanes.

Uno cruza la primera mitad de su vida queriéndose diferenciar de todos, y la segunda mitad queriendo ser como todos. O sea, comer bien, fornicar bien, dormir bien y orinar bien. Hacer las cosas más elementales. Pero de la vejez, lo que más molesta es la humillación que nos encajan vejiga y vientre. Y no se diga lo demás. Eso jode al más plantado; lo separa más y más de quienes vivimos acá afuera. Prefiere Minerva la huida, pero no sabe a dónde ir.

En el asilo Minerva cultiva verduras en un campo que no existe, entre tomates ficticios plantados en un huerto imaginario. Ahí, cubierta de tierra y hierbas, si miras con atención, está la amante de un actor famoso: ve para que te cuente quien es. Quizá incluso aprendas de qué se trata la vida.

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