Lo de hoy...
La información nunca está protegida

Tres décadas después (casi)

Hoy solicito me autoricen a escribir en primera persona, pues quiero hacer un breve relato de la más grande angustia que he vivido.

Era la noche del miércoles 17 de septiembre. Yo intentaba transcribir una entrevista que nuestra corresponsal en España, María Elena Rico le había hecho al líder libio Muamar el Gadafi.

Prácticamente yo, acababa de regresar de Egipto y me sonaban con mas “claridad” algunos vocablos en inglés, español y árabe.

Repentinamente llegó, a las oficinas de noticieros en Televisa, nuestro corresponsal de ciudad Juárez, Chihuahua, Sergio Belmonte.

Yo había prometido hacerle una gran fiesta cuando nos visitara y tuve que cumplir.

El licenciado Zabludovsky necesitaba a la mañana siguiente, jueves 19 de septiembre, la transcripción y yo no iba ni a la mitad, pero me fui de fiesta con Belmonte.

Me dije: -Una cenita rápida, una despedida y regreso a Televisa a terminar la transcripción. Pero, no.

Nos dieron las 5 de la mañana entre cenita, copita, platicadita y ¡claro! una breve bohemiada.

Corrí a dejarlo a su hotel, en el Paseo de la Reforma y me lance a mi casita a bañarme (para despertar un poco) y cambiarme de ropa, no fueran a pensar (?)

Total que, yo acostumbrada a llegar a las 6 o 6 y media de la mañana a mas tardar, ese día me ganó, la celebración, la higiene y la suerte.

Era tal mi urgencia por transcribir la entrevista de Gadafi que salí como loca de Aragón, al norte de la ciudad de México, donde estaba mi casita para ganar la llegada del licenciado Zabludovsky y entregar el encargo a tiempo.

Debido a la ”desvelada” y a la entrevista de Gadafi, a las 7 de la mañana, manejé prácticamente por instrumentos, con la radio a todo volumen.

Nunca sentí, verdaderamente, el terremoto, solo veía que la gente corría de un lado a otro en el Paseo de la Reforma a la altura de Tlatelolco.

De repente vi una especie de neblina, cuando menos eso creí, pero al ver a la gente semidesnuda y desesperada, pensé que el enorme edificio de Relaciones Exteriores se habría derrumbado y en mi mente retorcidamente “periodística” me dije: ¡UN ATENTADO!

Mas adelante, tuvimos que disminuir la velocidad y entonces, con la gente arrodillada en las calles aceleré, caí en la cuenta de que se trataba de un terremoto.

Como se habrán dado cuenta yo trabajaba en noticieros, en el área de corresponsales Nacionales e Internacionales.

-Debo apresurarme y saber exactamente el lugar del epicentro, me dije.

Intenté tomar la avenida Bucareli, para llegar pronto a Televicentro pero algunos edificios ya se habían derrumbado, sobre esa avenida.

Entonces, en sentido contrario por Reforma y la calle de Colón intenté atravesar la avenida Juárez cuando repentinamente vi caer el Hotel Regis, lo identifiqué inmediatamente pues en su planta baja había un centro nocturno, el Capri, que frecuentábamos de vez en cuando.

Finalmente enloquecida y con fuertes palpitaciones en la garganta llegué a Televicentro y pensé: -¡¡Carajo, si aquí fue el epicentro!!

Yo caminaba con bastones, en ese tiempo, y solo me volaban las patitas, decían mis amigos. Pero finalmente alcancé doctor Rio de la Loza.

Me bajé como ida; no apagué, ni cerré el coche solo pensaba que podía hacer, dónde estaban mis compañeros y qué teníamos qué hacer para cumplir con nuestra «chamba» de informar.

Lourdes Guerrero (q.p.d), toda empolvada me preguntaba insistentemente: -Pero Francisca, ¿como saliste? y yo avergonzada conmigo misma me respondía, -Pero ni siquiera entré.

Al 15 para las 8, en la calle, Raúl Hernández, jefe de información, por instrucciones del licenciado Zabludovsky nos organizó.

Una motocicleta de tránsito con un amable agente me dejó en Ayuntamiento, las instalaciones de la XEW pues supuestamente desde allí íbamos a trabajar, pero los compañeros de la W estaban haciendo lo suyo y nos tuvimos que regresar a Chapultepec 18.

Esta vez me subí muy apretujada a una camionetita Caribe azul cielo, propiedad de Amador Narcia que me hizo favor de dejarme en Televicentro.

Ahí escuché que nos debíamos ir a Televisa San Ángel pues las instalaciones de allá no habían sufrido daños.

Mi carro se había quedado sin gasolina y sin batería y me pregunté -Y ahora ¿como me voy?

Y que me trepo a otra motocicleta de la policía, esta vez me llevaba un agente muy joven que muerto de miedo iba tan despacio que me dio tiempo de supervisar las condiciones en las que habían quedado la avenida Cuauhtémoc, la secretaria de Industria y Comercio, el Centro Médico del IMSS y algunas zonas de la colonia Roma por la parte de atrás pues tomamos el Viaducto para llegar a Televisa San Angel.

Ahí con el licenciado Miguel Alemán Velasco, entonces vicepresidente, Ricardo Rocha y René Casados me colocaron como filtro en los teléfonos, pero no había servicio telefónico.

Diez horas después hicimos nuestro primer contacto, o mas bien, ellos, Yolanda Sánchez nuestra corresponsal en Washington y Héctor Rueda de León (q.p.d) corresponsal en Tokio, Japón hicieron contacto con nosotros.

Después se fueron como en un suspiro las siguientes dos semanas en donde lo que hice fue trabajar de día y llorar de noche. No podía creer que una fiesta me hubiera permitido seguir viviendo.

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