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Se ve fuerte

El Papa Francisco se ve fuerte y vigoroso. De los dos papas anteriores sólo recordamos sus temblorosas manos y la muestra persistente de una vejez que los agobiaba; Ratzinger no pudo; renunció a su cargo para dar paso a Bergoglio, un argentino que, al parecer,   puede durar algunos años en ese puesto que se ha tornado pesada cruz que amenaza con aplastar  a los pastores de una Iglesia anquilosada,  alejada de la modernidad. El mundo es otro, distinto y distante.

Los problemas son bastantes, lacerantes, ominosos;  por un lado la pederastia que agobia a quienes han decidido soportar el anti natural celibato en medio de un mundo que vierte su tecnología con persistentes invitaciones al pecado. TV e Internet, por ejemplo.

Y se transporta – sin quererlo-hasta la intimidad de sus alcobas; sustituyendo a su Dios; los curas pueden adquirir esos aparatitos donde se puede navegar hasta los confines  del pecados y la criminalidad. Esa es una realidad ineludible; dura de soportar. De esto, ni el Papa se libra.

Las tecnologías aparecen,  mostrando   lo que el Hombre ha diseñado para trasmitirlo hasta quienes han jurado apegarse a reglas antiguas y desnaturalizadas; no se puede negar una realidad que se ve, se alcanza e incita; los curas no son ajenos a visiones pecaminosas, plagadas de lascivia que acosa su libido. En ese medio de pauperismo ideológico, aparece la maledicencia de pecadores,  convertidos, por curiosa diálisis, en temerosos propietarios de un cerebro que los empuja y los convierte  en maniáticos pervertidos.

No hay de otra; la Iglesia debe comprender  esto y actuar en consecuencia si no quiere que sean los propios sacerdotes quienes la obliguen a cambiar; la modernidad está presente en cada alcoba o claustro, con sus invitaciones a delinquir o a procesar una realidad que el Papa debe comprender; de otra forma, está condenada.  O cambia o desaparece.

¿Tendrá Francisco la suficiente fuerza para intentar un cambio radical en algo que no puede sostenerse en pié si no gira; que amerita una cirugía de emergencia? ¿Acaso cree que seguiremos soportando los crímenes de sus ministros, ocasionados por  estar viendo a diario el “otro mundo” que la Iglesia ha exigido no  ver? Sin embargo, ésta sigue ciega e indiferente, o consentidora.

Esa es la desnuda realidad; los acucia el llamado de la Naturaleza y la extremada rigidez de sus votos, que laceran y envilecen, que los convierte en potenciales pecadores.

Francisco tiene qué comprender que  su Iglesia ha sometido y degradado a un millón de personas que conforman sus huestes eclesiásticas, hombres y mujeres de carne y hueso, atadas a un retardatario designio que data de pretéritos tiempos y ancestrales ordenamientos.

Si las altas esferas vaticanas siguen con su eterna terquedad, la Iglesia seguramente se vendrá abajo; hay qué cambiar drásticamente si no quiere que suceda un nuevo cisma.

La pederastia y el dinero- atesorado por siglos- no deben ser la base de una Iglesia que – como aseguran – se erigió para honrar a quien se consideraba pobre de solemnidad. Mienten, aunque con  insistencia insisten en seguir atrasadas, oprobiosas reglas; esa es la realidad.

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