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De Independencias y Revoluciones

Desde que fuimos país independiente y en casi todo el siglo XIX predominó en México la mano de los caudillos. Pero los generales, como “espíritu de cuerpo”, casta o sector castrense solo vivieron su protagonismo gremial a partir de la Revolución de 1910. El poder era cosa de hombres, según esto, y los caudillos, al estilo Hidalgo que tenía muchas mujeres, eran los monopolizadores del machismo político.

Sin embargo, no es extensa la bibliografía sobre el predominio caudillista de nuestro país. Abundan, eso sí, los libros autobiográficos de militares (cualquier general debía plantar un árbol, tener un hijo y escribir sus memorias sobre cómo salvó a la Patria). Los panegíricos sobre Villa y Obregón son profusos, pero más difíciles de encontrar son las versiones reales de esta etapa histórica tan chapucera. ¿Por qué su importancia? Porque fue en esos días cuando se gestó el moderno Estado mexicano que hasta hoy (a medias) nos dirige.

Amantes de las generalizaciones, los mexicanos hemos corrido la especie de que los generales de la Revolución eran rudos, incultos, groseros y de gatillo fácil; respondían las discusiones a sombrerazos y el corolario a cualquier negociación era un balazo en la sien. Debatir era batirse.

Sin embargo, algunos generales eran tan finos que se inventaron un Estado nacional a partir de retazos y escombros porfiristas; se replegaron casi por voluntad propia a un partido (que en realidad era un entero) fundado en 1929 (el PNR, luego PRM, luego PRI) y aceptaron la evolución de las costumbres políticas a fin de evitar, de entonces en adelante, las tradicionales asonadas, los cuartelazos, los golpes de Estado y el hábito enfermizo del “quítate que ahí te voy”.

Lo lograron a medias. El país transitó por un periodo de paz pública, así fuera artificial, hasta que los abogados quisieron entrarle a la política. Luego los oscuros tecnócratas, hasta entonces concentrados en contar y administrar, quisieron también gobernar. Las diferentes profesiones llamadas liberales se creyeron con autoridad moral para gobernar legítimamente y los caudillos, especie en extinción, aceptaron las nuevas reglas del juego. El poder cambio de manos, y algunos dirían que hasta de pies. Así que por la Presidencia de la República acabaron desfilando abogados, economistas y hasta rancheros iletrados que vendían coca colas. Así fue y así nos fue.

Este estilo mexicano de hacer política tuvo sus orígenes en los años treinta con el maximato. ¿Cuál es este estilo? Verticalidad en el control del poder (el Presidente pone hasta al líder del partido oficial), disciplina del partido (nadie se mueve si no es con la venia del inquilino de Los Pinos), acuerdos cupulares y manejo del gobierno como propiedad privada.

Pero ahora en realidad ya no gobiernan los militares, ni los leguleyos, ni los tecnócratas, ni los vendedores de coca colas. Gobierna el crimen organizado, o sea, los narcos. Y ante este retroceso irrefutable, la intención de edificar un Estado mexicano permanece como expectativa y proyecto inacabado. Y a pesar de todo, viva la Independencia y los héroes que nos dieron patria.

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