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Consejos sin IVA a Luis Videgaray

 

A Luis Videgaray no le fue bien en su reunión con empresarios de Jalisco (A Nuevo León ni vino). Le faltaron argumentos convincentes para defender su iniciativa de Reforma Hacendaria. De nuevo la buena retórica no anduvo de la mano con las medidas fiscales del Gobierno Federal.

Hay un término algo rebuscado pero que le pudo servir a Videgaray como anillo al dedo para expresarlo todo: “patriotismo de la constitución”. Ésta idea del filósofo alemán Habermas cada día me parece más profunda y adecuada a nuestro tiempo incrédulo.

Invocar el patriotismo de la constitución es pertinente porque vamos a tener que defender en México una política de gran severidad fiscal. Nos guste o no. Pero que sea pareja. Y sin el cuento de que se trata de resucitar a las clases medias.

Pagar impuestos no nos alegra a nadie pero es el acto patriótico por excelencia. Es nuestro Grito de Dolores pero al revés: dejamos de ser libres. Quien no paga impuestos infringe además el “patriotismo de la constitución” al decir de Habermas.

Todos los que asistimos hace décadas a las reuniones de café de don Víctor Gómez, o en la ciudad de México a escuchar a don Miguel Mancera, aprendimos con ellos a pagar impuestos no sólo por deber -que es nuestra obligación ciudadana-, sino a hacerlo con un cierto grado de placidez gruñona.

La palabra clave se llama austeridad. El propio Mancera, al frente del Banco de México fue víctima de un chiste fundamentado en la realidad: “¿Que hace don Miguel con sus trajes ya viejos y gastados? Respuesta: se los pone”. Uno también se pone los trajes viejos pero porque no le queda de otra.

Todos pagamos impuestos à contre coeur y consideramos que la evasión fiscal es un delito y además un escándalo porque pagar impuestos honestamente es dar buen ejemplo. No se a quien, ni para qué, pero es dar buen ejemplo.

Cada cual paga lo que puede de acuerdo con un canon (odioso) y contribuye de esa manera a sostener el estado en el que ha elegido vivir. Pagar impuestos nos da derechos a todos a exigir a nuestros gobernantes la máxima honestidad y rigor en todos los asuntos.

Todo esto viene a cuento ahora que comienza a considerarse el primer error de Videgaray: exentar prácticamente de impuestos a las 700 empresas más grandes de México y ahogar con cargas fiscales a todas las demás que ganan más de 500 mil pesos al año.

Una acción pública tiene que ser trasparente. Y en este caso Hacienda se ha quedado en el limbo. El temor consiste en que esta dieta de credibilidad sea tan trasparente que desaparezca el poder legítimo del gobierno y sólo se comience a hacer lo que 700 multimillonarios decidan.

700 millones que son como nuestros “preciosos ridículos” (les diría Moliere).

700 ricachones que no leen a Habermas ni creen en el patriotismo de la constitución. Y peor: que no pagan más del 2 por ciento de impuestos. Y eso sí cala.

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