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Abusivos

«Música pagada, toca mal son…”

Tengo un profundo respeto por la música y un enorme agradecimiento por lo mucho que me ha ayudado en mi desarrollo personal y profesional; el haber estudiado durante largos años para conocer y tocar diversos instrumentos me dio innumerables herramientas para la vida.

Tengo también fraternal respeto y admiración por los músicos, desde los grandes virtuosos, pasando por las estrellas y los integrantes de los grupos que las acompañan, hasta llegar a los humildes cancioneros que se ganan la vida en un bar, por los tríos, los mariachis y los fara-fara. Todos son músicos y gozan de mi reconocimiento.

Sin embargo, como en todas las disciplinas, hay quienes no deberían llamarse profesionales de la música porque son exactamente todo lo contrario y más que ganarse la vida ejecutando el divino arte de la música, lo pretenden hacer sin el menor esfuerzo y vía el cochino fraude.

El caso es sencillo, una pareja decide casarse y comienza a hacer los preparativos. De alguna manera caen con un grupo musical cuyo “representante” les extiende un ventojoso y leonino contrato el cual los muchachos firman ilusionados, sin darse cuenta de la enorme trampa que tiene dentro: una cláusula señala que si la tocada se cambia de fecha, hay una fuerte penalización, pero si se cancela, se debe liquidar el 100 por ciento de los honorarios.

Yo estaría de acuerdo en este último supuesto si ocurriese faltando una semana, pero no cuando la cancelación se hace con suficiente anticipación como para que los músicos puedan buscar una nueva contratación.

El hecho es real, al grupito (del cual pronto les daré santo y seña), ya le han pagado un anticipo de más del 50 por ciento (40 mil pesos para ser exactos); antes hubo que entregarles 8 mil pesos por cambio de fecha del evento y no conformes, ahora exigen los 20 mil pesos que faltan para completar los honorarios.

Amén de un montón de llamadas telefónicas con insultos, majaderías y amenazas, ahora los “trompas de hule” han contratado los servicios de otro miserable ser que de ninguna manera debería llamarse “abogado” y que con un simple escrito, sin logotipos, ni mucho menos mandato de autoridad, anda asustando con el petate del muerto a los muchachos para exigirles el pago del resto con la amenaza de que procederá judicialmente en su contra. (Del abogado también daré santo y seña en breve).

Este es un caso para la Profeco. Ya veremos lo que dice la autoridad.

Al abusivo representante de los músicos y su brillante abogado, ahora les tocará el revire y tendrán que devolver no sólo la afrenta, sino también el dinero. Ya verán.

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