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Perros callejeros

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Por: Oziel Salinas H.
Son una peligrosa plaga en las urbes muy pobladas; desde tiempos pretéritos, la Humanidad que se ha asentado, formando ciudades muy congestionadas, ha tenido él problema que representan los perros callejeros.

Viene el caso por los “perros asesinos”, así considerados por los médicos forenses de la capital de la República. Las autoridades capitalinas apresaron 57 perros sin dueño, declarándolos “presuntos culpables” de haber matado a seis personas en el área de Iztapalapa; en el Cerro de la Estrella.

Llama la tención la presencia de defensores gratuitos de éstos canes; personas que insisten en declararlos inocentes; además deben ser adoptados, pero por otras personas, no por ellos.

Por lo que veo, seguirán siendo una dañina plaga para quien habita la  ciudad capital.

Los más de cuatro millones de perros callejeros existentes en la ciudad de México dejan sus deyecciones en la calle; éstas se secan y luego el aire contaminado los lleva a la atmósfera que se respira, con la consiguiente transmisión de enfermedades para los humanos.

Las autoridades tienen la obligación de solucionar el problema que representa ésta plaga tan nociva para  la población; deben apresarlos, esterilizarlos y tenerlos lejos de las calles.

Sigue la impunidad; las autoridades capitalinas caerán en el mismo error de los sacerdotes católicos, quienes  se oponen a los programas de control natal de vida humana, pero nunca usan el inmenso tesoro del Vaticano para asilar a millones de niños expósitos, o nacidos, pero no queridos

por sus madres; incluso si es producto de violaciones o cuando la madre peligra en su salud  al no interrumpir el embarazo.

El problema viene desde la Colonia, cuando había “serenos” que estaban a cargo de encender las farolas esquineras y mantener el orden social; detener pandilleros, ladrones o rijosos, pero además eran encargados de matar perros callejeros. A finales del Siglo  XVIII, asesinaban a  90 perros diarios; ésta cifra fue disminuyendo por la presión de personas que consideraban a sus perros como “no callejeros” (no existía la palabra mascota).

Los eclesiásticos también exigían que  los mataran porque entraban a misa y “hacían sus cochinadas” en los  templos; hubo tanto conflicto que los virreyes retiraron tal disposición.

Actualmente, las timoratas autoridades del D.F. encabezadas por Mancerita, tienen pavor a la “opinión pública”; no quieren broncas, de ahí que la Asamblea capitalina cambió un Artículo del Código Penal sólo para sacar del “bote” – bajo módica fianza – a quienes ocasionaron desmanes en calles, tiendas, hoteles y monumentos históricos de la ciudad capital el 1 de Diciembre.

Al salir de la cárcel, éstos vándalos fueron cargados a hombros y desfilaron como héroes por las calles capitalinas, en una marcha que, aseguro, fueron pisadas las altamente contaminantes  heces de las jaurías capitalinas. Éstas asociaciones defensoras de animales, son de carácter mediático; les encanta a los chilangos salir en los medios.  Si verdaderamente quisieran salvar a los perros, debieran adoptarlos a todos; es muy fácil protestar, exigir y dejar que el problema persista.

“Hágase la Ley para los bueyes de mi compadre” dice un adagio mexicano, seguido al pie de la letra, por los habitantes de nuestra perredista capital.

Sáquenlos de la cárcel y déjenlos que sigan contaminando la atmósfera  capitalina; es la consigna, recibida con agrado por el cobarde Jefe de Gobierno del D. F.

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