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Corazón ‘partío’ y otros diagnósticos cardiovasculares

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Por Eloy Garza González:

Para iniciar el año 2013 con el pie derecho, o con la máquina bien aceitada, o con cualquier otra metáfora pletórica de inocente optimismo, pedí cita con el cardiólogo para una simple revisión preventiva. Entré al consultorio irradiando un encandilador sol interno y salí con un nubarrón de incertidumbre y dudas existenciales. Como señal funesta de mis supuestas desventuras cardiacas apuntaré que ese día se me quitaron incluso las ganas de comer; lo que ya es un aviso de cuidado en mi ordinario estado emocional.

“Trae rasgos de hipertensión y en su corazón se registran sombras cuya procedencia no puedo detectar bien; veo además una carnosidad en la parte superior del órgano cardiaco”. A fin de descartar daños mayores me agendó para el día siguiente una prueba de tolerancia física. El optimismo derrochante de principios de año me arrastraba corriente abajo hasta estrellarme con una verdad dura como las rocas: “Eres mortal”. Lo que José Alfredo, el mejor filósofo de México, desglosó con profundo acierto machista: “y tú que te creías el rey de todo el mundo”.

Confieso que de primera instancia no pensé cambiarme de religión, ni poner en orden los pendientes de mi vida, ni salir corriendo a pedir perdón a quienes podrían merecerlo (espero que sean pocas); lo que sí pensé fue doblar la dosis de Indumir para intentar conciliar el sueño esa larga noche que se avizoraba de insomnio.

Pero uno nunca está sólo en su lamento. Apenas salí del consultorio cuando gracias a un mail de Oscar Montemayor (que por cierto participa en el diseño de un software médico), me enteré de la última moda en Estados Unidos, importada como siempre a San Pedro, y que está especialmente dedicada a celebrar los 14 de febrero, es decir el Día del Amor y la Amistad.

Se trata de regalar a la pareja amada no un ramo de rosas rojas, una caja de chocolates o bombones y mucho menos unos pendientes de Tiffany, sino una tomografía computarizada de corazón, en sus dos modalidades: la angiografía (si el propósito es examinar sus arterias) o la gammagrafía (si el regalo se dirige a detectarle calcio coronario). Como marcan las buenas normas de urbanidad, todo receptor de regalos sentimentales debe agradecer el cumplido sin poner reparos y esperar sonriente el resultado.

Esa misma tarde supe que así le pasó recientemente a un conocido financiero cincuentón de San Pedro, deportista de alto rendimiento, ex Ironman, y dueño de una envidiable agilidad mental: recibió de su esposa el saludable regalo tomográfico y por quedar bien con ella lo hizo válido al día siguiente con un examen cardiológico en el Hospital Christus Muguerza. Nunca lo hubiera hecho. Los resultados del escáner fueron peor que “El Ejecutor” (la última película de Stallone): dos arterias tapadas que inspiraron sin más al cirujano cardiólogo a implantarle cuanto antes unos cánulas o stents.

¿Realmente las necesitaba? Su esposa jura que no. Él ni siquiera se plantea esa sospecha, abatido como está desde entonces por la revelación brutal de que es un simple mortal y por una interrogante dramática que de cuajo le cortó las alas a su autosuficiencia propia de los ejecutivos financieros (especialmente si son de Value): ¿qué he hecho yo para merecer esto? El pobre cincuentón es ahora un zombi de hombros caídos que circula a la deriva, con un Chivas en las manos, por los lúgubres locales del Main Entrance, de Plaza Fiesta San Agustín.

Por demás está decir que no volví a practicarme al día siguiente la prueba de esfuerzo en el consultorio del cardiólogo, además de tener como manda religiosa que en los sucesivos 14 de febrero no volveré a regalar más que románticos y puramente inocentes ramos de rosas rojas, eso sí, cortadas en la víspera.

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