Entre las cosas más crueles que registra mi memoria figuran los episodios en los cuales mi hermana y yo exasperábamos a nuestro hermano “sándwich” fingiendo que ni lo veíamos ni escuchábamos. Lo hacíamos “inexistente”, aun así tuviéramos que resistir la risa que nos provocaban su desesperación e insultos.
Nunca imaginé que casi 60 años después la vida me cobraría el boleto de esa “diversión”, envolviéndome en un mundo donde se extravió la frontera entre la realidad y fantasía.
Lo mismo la inteligencia artificial me engaña o pone en duda la efectividad de mis sentidos, que el pueblo que sufrió el genocidio de los nazis tiene ahora un gobierno genocida.
Me sumo entonces a la realidad de mentiras verdaderas que vive el mundo y pienso que si tuviera los enemigos que no merece mi mediocridad, estoy seguro de que uno de los motivos más frecuentes de sus ataques sería mi incongruencia, acusación que por supuesto negaría y atribuiría a una campaña.
Asegurar que soy ajeno a cualquier fe y simultáneamente desear que exista la vida eterna en el Paraíso sucede muchas veces en mi vida, pero en público siempre lo negaré diciendo que solo es parte de un caso aislado visto únicamente por mis adversarios como contradictorio.
Nunca robé porque jamás escuché a un hijo llorar por hambre y tuve trabajos cuyos resultados mejoraron la calidad de vida de algunas personas, aunque admito que en otros pisoteé mi dignidad sirviendo a “reinas de la primavera”, es decir, a gobernantes que hacían el favor a los ciudadanos de saludarlos y dejarse tomar una foto con ellos, en tanto los favorecidos por los poderosos fueran escuchas silentes de promesas incumplibles.
A final de cuentas, considero que, de existir la gloria eterna, tendría méritos para gozarla, pese a preferir el disfrute del paraíso en la tierra producto del servicio al pueblo.
¿Entonces por qué si en el fondo supongo que cuento con méritos para arribar al cielo cerraré este espacio aludiendo al espíritu malo?
Porque lo dicotómico es lo actual, resulta necesario ampliar al menos la gama de demonios para tratar de aminorar la confusión en el mundo.
El neoliberalismo requiere atribuir la pérdida del país de progreso que asegura legó, a otro malévolo que no sea siempre el gobierno vigente, y el régimen debe renovar diablos tan desgastados como García Luna.
¿Y si lo único verdadero en el planeta fuera la confusión entre lo existente e inexistente?