El PRI suplantó en la derecha al PAN y este, al mimetizarse con aquél, abdicó de sus principios y de la tradición democrática que lo distinguió por medio siglo. Después de legitimar a Salinas de Gortari y del fracaso de los Gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón se puso en manos de Peña Nieto. Para más inri, en 2024 se alió con el peor PRI, el de Alejandro Moreno y sus secuaces. Con esa decisión perdió identidad y base electoral, difíciles de recuperar. Morena aprovechó el vacío y le comió el mandado al PRIAN, pues apenas en cuatro años ganó la presidencia. El triunfo no fue fortuito, sino consecuencia de luchas sociales y políticas interminables libradas a veces desde la clandestinidad.
El PAN perdió músculo opositor cuando le halló gusto al presupuesto y se apartó de la doctrina del bien común en aras de un pragmatismo ramplón. El PRI no aprendió a ser oposición por haber surgido de las entrañas mismas del sistema. Si en 2018 volvió a la presidencia fue por el control que aún ejercía en el Congreso y en los estados, y por sus alianzas con los poderes fácticos. Empero, tras la derrota del año pasado y de ostentar la presidencia durante 76 años, sus siglas saltaron en pedazos y se convirtió en la cuarta fuerza política. Al PRD le sucedió lo mismo. Correrse a la derecha y alinearse con Peña Nieto, en el Pacto por México, le costó el registro.
Ejercer la presidencia, gobernar 24 estados y liderar la mayoría de los congresos locales le concede a Morena una ventaja importante, pero también plantea desafíos enormes. El retiro de Andrés Manuel López Obrador provocó un reacomodo de grupos sin causar todavía fracturas ni conflictos. La conducción del partido guinda la ostentan una obradorista de pura cepa, María Luisa Alcalde, y el hijo del caudillo que más se le parece, Andrés Manuel López Beltrán, pero el mando corresponde a la presidenta Claudia Sheinbaum. El debut del tándem Alcalde-López en Durango, gobernado por el PRI, y Veracruz, en manos de Morena, no resultó exitoso, pero tampoco fue el fracaso celebrado por los contrarios para infundirse ánimo.
El poder desgasta, pero Morena y sus aliados, PT y Verde, no lo resienten ni se han visto obligados a encender las alarmas todavía. La inseguridad es el problema más grave del país. Para afrontarlo con inteligencia y desde una posición de fuerza, y no de debilidad, el Congreso aprobó el mes pasado un paquete de reformas de la presidenta Sheinbaum para actualizar la estructura jurídica y operativa de la Guardia Nacional y reforzar la estrategia de seguridad. Las acusaciones de la oposición sobre un supuesto «espionaje masivo» las calificó el senador Carlos Ramírez Marín (PVEM) de mero cálculo político.
El dominio de Morena es irrefutable, pero también lo expone. La escalada de violencia en Sinaloa por la entrega de Ismael «el Mayo» Zambada a Estados Unidos, fraguada el año pasado por los hijos del Chapo Guzmán y la DEA, no ha cesado. El fenómeno es más grave en Guanajuato, donde el PAN gobierna desde que Carlos Salinas de Gortari le entregó el estado en 1991. Sheinbaum cobija a los gobernadores de su partido, como en el pasado lo hicieron Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto con los suyos. El liderazgo y la confianza en la presidenta Sheinbaum los ha puesto a salvo de las presiones para forzar la renuncia de algunos de ellos. Por ahora.