Las oposiciones y los poderes fácticos quisieran que la presidenta Claudia Sheinbaum tomara una posición beligerante con Donald Trump. Es una trampa. Ni los líderes de las potencias europeas y asiáticas se han atrevido a provocar al pirómano que tiene al mundo en vilo y a su país al borde del colapso. El propósito de la reacción no consiste en apoyar a la mandataria frente al Gobierno de Estados Unidos, sino en provocar una crisis para después culparla. Pretenden debilitarla y ponerla contra la pared a toda costa para, a partir de allí, ganar espacios políticos y, eventualmente, apoyo social. El país no les importa. Los mueven sus intereses y la ambición de recuperar influencia y avanzar en la arena electoral, lo cual difícilmente conseguirán sin propuestas ni trabajo.
La elección de Trump les vino como anillo al dedo a los grupos de presión, pues les da argumentos para atacar y tratar de reposicionarse. Sin embargo, la fórmula de resistir y negociar de la presidenta Sheinbaum le ha dado resultados por ahora. No los deseados, pero al menos permite mitigar los efectos ruinosos de las políticas comerciales de la Casa Blanca. Canadá, la Unión Europea (UE), Japón y los BRICS, cuyo poder es, por mucho, superior al de México, buscan a regañadientes salidas negociadas debido a su vulnerabilidad. La UE, cada vez más débil y sujeta a los dictados de la Oficina Oval, aplazó la aplicación de contramedidas para evitar una guerra comercial en toda forma. La actitud de Sheinbaum, en ese contexto, es adecuada.
Los adversarios de la 4T se regodean con la decisión de Trump de castigar a nuestro país con más tarifas por no combatir, según el magnate, con mayor vigor al narcotráfico. Desde su punto de vista, la información que el capo Ovidio Guzmán proporcione al Departamento de Justicia de Estados Unidos podría desestabilizar al Gobierno de Sheinbaum, el cual aún no cumple un año. ¿No fue acaso el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, quien recibió sobornos del cartel de Sinaloa a cambio de protección? ¿No es el encargado de afrontar los carteles quien pasará el resto de sus días en la prisión conocida como el Alcatraz de las Montañas junto con el Chapo Guzmán?
La sentencia del presidente John Quincy Adams, según la cual «Estados Unidos no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes», cobra rigurosa actualidad. Trump condesciende con gobiernos autoritarios como el de Javier Milei, en Argentina, y Nayb Bukele, en El Salvador, para imponer su agenda. En México ocurrió lo mismo con Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Peña Nieto, elegidos en procesos fraudulentos y en cuyas administraciones el narcotráfico se expandió. Cada uno siguió sin chistar las directrices de Washington y sus agencias. Uno le abrió las fronteras; otro le declaró la guerra al crimen organizado; el último entregó el petróleo y los tres toleraron la corrupción.
Los presidentes de izquierda legitimados, con agenda propia y respaldo popular, a Trump le resultan incómodos. Son los casos de Luiz Inacio Lula da Silva (Brasil), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia) y Claudia Sheinbaum. La relación de México con Estados Unidos es más compleja por la frontera que comparten, la interdependencia comercial y la asimetría económica. Ninguno de los socios de la todavía primera potencia, y menos aún quienes no lo son, pude imponer condiciones. Solo disminuir las pérdidas y negociar con dignidad. Mientras no haya contrapesos, las cosas con Trump seguirán igual e incluso pueden empeorar. Los ojos del mundo están puestos en China.