Cuando la ignorancia en cuestiones políticas permea la vida cotidiana de nuestra sociedad, es lógico suponer que la oscuridad en el entendimiento no admite saber que la política permite conocer el estado cultural de un país.
Es incorrecto pensar que la plataforma política de un partido se muestra en los discursos de sus candidatos en tiempos electorales; los susodichos cuidan su imagen, aunque en su palabrería esté presente la falsa gesticulación, la hipocresía y el engaño. Decía en cierta ocasión Francois Mitterand (1916-1996), expresidente francés, que: “El discurso explica la acción, no la suple, cuando así ocurre, la simulación domina la escena”.
En la actualidad, la política en México se ha convertido en una lucha feroz de ambiciones elementales de poder, con la idea fija de que los mexicanos somos dados a exaltar a quienes actúan según los lugares comunes preconizados a diario por el duopolio televisivo nacional y las redes digitales predominantes
Este escenario lleva a los pretendientes a las candidaturas a diputados, gobernadores y alcaldes a popularizar su imagen personal y no a la difusión de los problemas, ni mucho menos a las propuestas de cómo resolverlos, por lo tanto, los tiempos políticos ya muy adelantados, se convierten en procesos de enajenación colectiva, donde, en lugar del análisis de la problemática actual de nuestro sufrido México, oímos frases sin sentido y con signos muy obvios de sandez.
En aras de la imagen personal acarreadora de votos, no concebimos una verdadera política nacional, cuando los problemas de México se omiten, se aplazan o se enmascaran con discursos donde se procura encubrir la realidad.