Los conceptos liberales de la Constitución Federal de 1857 no cayeron en gracia a los representantes de la Iglesia católica. En Nuevo León, el obispo Francisco de Paula Verea ordenó a los miembros del clero que impidieran los sacramentos a cualquier funcionario de gobierno que hubiese jurado lealtad a dicha Constitución.
El gobernador Santiago Vidaurri Valdez contestó con fría cortesía esperar la abstención de los clérigos de intervenir en los asuntos políticos, e invitó al obispo a discutir con él cualquier diferencia.
En apariencia el problema se resolvió. Después de todo, en agosto de ese año, Vidaurri fue a misa en la Catedral, se cantó un tedeum y los líderes eclesiásticos lo felicitaron. Pero Vidaurri dejó en claro que la nueva Constitución Federal sería inamovible y Verea ordenó a los sacerdotes negar los sacramentos a todos los funcionarios del gobierno. Vidaurri le pidió rescindir la decisión, en vez de ello, Verea impidió a los funcionarios la entrada a la Catedral.
Vidaurri actuó rápido, ordenó el arresto del prelado y lo desterró de Nuevo León. Además, aplicó con rigor la Ley Lerdo del 25 de junio de 1856, sobre la desamortización de los bienes del clero: en menos de un mes fueron intervenidas casi todas las fincas eclesiásticas, muchas de las cuales fueron a parar a manos de los empresarios regiomontanos y de algunos jefes liberales.
El historiador Edward Mosley comenta así el episodio: “De esta manera, en diciembre de 1857, el caudillo de Nuevo León y Coahuila había ido más lejos que el gobierno nacional, en asegurar la autoridad civil en el aspecto de la oposición eclesiástica”.
Fue este momento el de mayor radicalización liberal de Vidaurri, quien recibió el aplauso general de los jacobinos exaltados, pero, lo interesante del caso fue la celeridad con que se apropió el gobierno estatal de los bienes inmuebles de la iglesia católica y su rápida disposición, hecho no historiado todavía. Así, consolidó su poderío regional, aprovechando el estado de guerra del país, tanto en la Guerra de Reforma, como durante la intervención francesa, declinando ante la firmeza de don Benito Juárez y su posterior aceptación y colaboración con el imperio de Maximiliano, su gran yerro político.
