El escándalo de Alejandro Moreno en el Senado salió de los medios de comunicación, pero no borra su huella de la conciencia colectiva. La bravuconada del líder del PRI enmascara un sentimiento de derrota e impotencia. Moreno y su tribu volvieron realidad la muerte del dinosaurio anunciada tantas veces. El PRI, que otrora contribuyó a escribir algunas de las mejores páginas del país, hoy es una parodia, una corte dirigida por bufones. Si el narciso exgobernador de Campeche le hubiera dedicado a su partido el mismo cuidado que a su figura y su rostro, el final sería menos indigno. Sin embargo, optó por el oprobio.
El PRI superó un par de derrotas consecutivas y en 2012 reconquitó la presidencia porque aún contaba con líderes valiosos y representaba una fuerza importante en el Congreso y en los estados. Sin la tutela del presidente, el partido cayó en manos de los gobernadores. Ellos impusieron a Moreno para terminar de demoler las ruinas del PRI y utilizar sus siglas como escudo de impunidad. Moreno y sus secuaces defienden el fuero con uñas y dientes. Sin embargo, están solos. Vacío de figuras y de cuadros, en la cúpula quedó la escoria. El priismo inspirado en los principios y comprometido con los más necesitados; el que se mantiene fiel y vota por candidatos sin militancia a pesar de sus desplantes, no merece esa clase de dirigentes.
Con solo un estado en su poder (Coahuila) y otro compartido con el PAN (Durango), el futuro del PRI pende de un hilo. Los comicios de 2027 para renovar el Congreso son cruciales. ¿Cómo lograr el 9.5% de la votación que obtuvo el año pasado en la elección presidencial sin estructura, operadores ni alicientes? El riesgo de perder el registro, como ya le sucedió al PRD, es real. La única alternativa que tiene es mantener viva la alianza con el PAN. La pregunta es si Acción Nacional está dispuesto a cargar por más tiempo con el descrédito y el lastre que Moreno y Rubén Moreira significan. Quienes han justificado la agresión de Moreno al expresidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, no miden los alcances de abrir las puertas a la violencia. ¿Quién las cerrará después?
El control de Morena y sus aliados en el Congreso y el Senado proviene de los votos. Ese dominio lo tuvo el PRI durante 60 años y lo ejerció a su manera. A los legisladores de izquierda, mayormente del PRD, no se les tomaba en cuenta. La soberbia del presidente Carlos Salinas de Gortari era ilimitada: «Ni los veo ni los oigo». Para el PAN, en cambio, todo: gubernaturas, reformas y negocios. Con el tiempo los papeles se invirtieron. Ningún partido accede al poder para entregarlo ni utiliza su mayoría calificada en el Congreso para adoptar agendas ajenas y boicotear la propia, máxime cuando surge de los estratos más amplios de la sociedad a los que la tecnocracia ignoraba.
La composición del poder legislativo escandaliza a las oposiciones y a los poderes fácticos, pero así la decidió la mayoría de los mexicanos. Las elecciones se ganan con votos, no a golpes ni con improperios. El PRI y el PAN perdieron, pues dieron la espalda a quienes los llevaron al Congreso y apoyaron leyes contrarias al interés general. Para reconquistar el voto popular necesitan volver a sus orígenes, abrazar las causas sociales y entender que las cosas han cambiado. El tiempo no retrocede. La disyuntiva para cualquier partido es renovarse o morir, lo cual no excluye a Morena. El PAN y el PRI no lo entendieron.