José López Portillo lloró en su último informe por no haber sacado a millones de pobres de su postración. En vez de la abundancia prometida, precipitó al país a una de las peores crisis financieras. Para lavarse la cara nacionalizó los bancos, privatizados después por Salinas de Gortari y rescatados por Ernesto Zedillo a través del Fobaproa. Enrique Peña Nieto pidió perdón «por el agravio e indignación» causados por el escándalo de la Casa Blanca. La propiedad, de siete millones de dólares, se adquirió a un contratista del Gobierno federal. El mea culpa de Peña lo dio durante la instalación del Sistema Nacional Anticorrupción, cuando ya había sido exonerado de conflicto de interés por el secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, nombrado por él.
Peña no solo faltó a su promesa de combatir la corrupción, sino también la pobreza. La Cruzada Nacional Contra el Hambre (CNCH), cuyo propósito era garantizar la alimentación de los mexicanos sin acceso permanente a ella, se puso en marcha a bombo y platillo. El lugar elegido fue Las Margaritas, Chiapas, una de las cabeceras tomadas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en enero de 1994. La encargada de la estrategia, Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social, y César Duarte, quien dio la bienvenida a la CNCH en nombre de la Conferencia Nacional de Gobernadores, estuvieron más tarde en prisión acusados de peculado, desvío de recursos y ejercicio indebido de la función pública.
Para mayor lucimiento, el anuncio de CNCH contó un invitado especial: Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil que logró sacar de la pobreza a 30 millones de personas con el programa Hambre Cero, conocido también como Bolsa Familia. Peña necesitaba una figura internacional para proyectar la suya. Formado en las luchas sindicales, Lula le dio ánimo: «Sí se puede erradicar el hambre en el mundo. Pero necesitamos gobiernos comprometidos con los pobres. Los ricos no necesitan los gobiernos. Quienes necesitan los gobiernos son los pobres del mundo». Lula aumentó el salario mínimo de 80 a 350 dólares mensuales. El fundador del Partido de los Trabajadores acusó al sistema financiero de generar crisis para salvarse después con rescates de hasta nueve billones de dólares. «Imagínese —dijo a Peña— cuántos platos de comida podríamos tener en las mesas del pueblo pobre del mundo». Los adversarios de Hambre Cero «decían que el programa tenía carácter asistencialista (…), que el presidente era populista, que piensa nada más en las elecciones (…) que era darle limosna a la gente (…), que las personas se van a hacer perezosas (…), que es muy poco dinero —20, 30, 50 dólares—. Y yo les decía: Es poco, sí, pero para quien tiene mucho». En cambio, «para millones de madres brasileñas que se iban a la cama sin poderle dar un vasito de leche a sus hijos (…), 50 dólares quizá no sería mucho, pero sí suficiente para saciar el hambre de sus hijos».
Lula recomendó a Peña repetir todos los días a quienes pidieran esperar que la economía creciera para repartir la torta, que «los pobres no tienen porqué tener paciencia». En el sexenio de Peña Nieto 2.1 millones de personas dejaron la pobreza extrema, pero 2.2 millones pasaron al rango de pobreza moderada. Visto así, el CNCH fue un fracaso. El salario mínimo, con Peña, cerró en 88.36 pesos diarios. Hoy es de 278.80, 12% más con respecto al año previo.