El cambio de régimen que Andrés Manuel López Obrador anunció en su toma de posesión se consolida conforme avanza el Gobierno de Claudia Sheinbaum, frente a unas oposiciones desnortadas, sin propuestas, y unos poderes fácticos atrapados también por el pasado. La retórica tremendista de los siete últimos años choca una y otra vez con la nueva realidad del país. La política rompió el aislamiento y el secretismo para volver a su espacio natural: la arena pública donde no hay lugar para los arreglos cupulares. Las elecciones dejaron de ganarse en automático; y el poder, de repartirse cual botín entre las élites económica y política. Las siglas, los colores partidistas y las dinastías tampoco atraen votos por sí solos. Las comunidades y sectores secularmente abandonados, víctimas del modelo económico y de la soberbia gubernamental —denunciada por Luis Donaldo Colosio antes de su asesinato— pasaron de figurantes a protagonistas, y de la marginalidad al núcleo de la agenda política.
La violencia, la corrupción y el narcotráfico —ejes del discurso opositor— no han desaparecido; en algunos casos, al contrario, se han exacerbado. Si Morena y sus aliados no han perdido base electoral se debe a varios factores: 1) el apoyo mayoritario al programa de la 4T; 2) la aprobación y liderazgo de la presidenta Sheinbaum; 3) el debilitamiento de los adversarios del sistema; y 4) la memoria social. En el imaginario colectivo todavía pesan más la venalidad, la incompetencia y los atropellos de los Gobiernos previos que los yerros evidentes de la 4T, cuya piedra angular son los programas sociales.
En las elecciones de 2024 se contrastaron dos visiones: la retrógrada y catastrofista de la oligarquía y los grupos de presión; y la de millones de ciudadanos de a pie. El resultado fue patente: Morena captó 36 millones de votos (20% más); y la coalición PRI-PAN-PRD, 16 millones (10% menos). En el Congreso se observó la misma tendencia: los electores le dieron a Morena, PT y Verde la mayoría calificada para que la presidenta Sheinbaum pudiera continuar los cambios iniciados por López Obrador. Así, los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en funciones desde el 1 de septiembre, son los primeros elegidos mediante voto popular. Derrota para quienes influían en las decisiones del Poder Judicial (políticos, oligarcas e incluso capos) y esperanza para la legión de mexicanos sin poder y sin enchufes. Difícilmente el nuevo sistema de justicia podrá ser peor que el anterior. La impunidad en nuestro país es del 98%.
Otra reforma clave para el cambio de régimen es la política-electoral. López Obrador no la pudo concretar por falta de votos en el Congreso. La presidenta Claudia Sheinbaum la puso ya sobre la mesa. El rechazo del PRI y el PAN ha sido inmediato. Los cambios anteriores, empujados por los partidos de oposición, se negociaron con gobiernos divididos, débiles y aun deslegitimados. Morena domina hoy la Cámara de Diputados, el Senado, 24 estados y la mayoría en las legislaturas locales. El temor de las oposiciones es fundado. Pueden desaparecer o perder privilegios. La fórmula para revertir la situación precaria en que ahoras se hallan consiste en trabajar y reconciliarse con sus militantes; pero, sobre todo, en recobrar la confianza de los electores. La 4T, con sus fallas y una prensa que magnifica sus errores y desdeña sus aciertos, tiene rumbo y liderazgo. Su activo principal es la presidenta.