“En las desgracias hay que acordarse del estado
de conformidad con que miramos las ajenas”
Epicteto de Frigia
No sé si lo haya notado, pero de un tiempo a la fecha se han venido dando, cada vez con mayor frecuencia, accidentes en juegos mecánicos que se instalan en ferias y festividades patronales de diversos puntos del país y que terminan con usuarios lesionados.
Igual que con los choques de vehículos que ahora de la nada se incendian cuando esto hasta hace pocos años no ocurría, los accidentes en los juegos mecánicos se están volviendo pan de todos los días.
De niño conocí las primeras instalaciones de los famosos “Juegos Manzo” en un terreno ubicado en el cruce de Calzada Madero y Villagrán, donde permanecieron varios años, además de tener el resbaladero gigante de la Alameda y el carrousel en Pino Suárez y Washington.
“Tazas Locas”, carritos chocones, mini rueda de la fortuna, sillas voladoras, a todo me subí y jamás me tocó ser parte o presenciar un accidente.
También siendo niño cada año acudía a las fiestas patronales de Santa Rosa de Lima en Melchor Múzquiz, Coahuila, en donde no faltaban los juegos mecánicos y me subía a todos.
Ya en la juventud, en un par de ocasiones en las que acudí a hacer reportajes sobre las festividades del Niño Fidencio a Espinazo, Nuevo León, era costumbre escuchar al locutor decir: “Saludos para Pancha y para Petra que están en las sillas voladoras”, mientras Pancha y Petras daban vueltas y vueltas sin que nada les pasara.
Sin embargo hoy a cada rato los juegos fallan y adultos y niños resultan lastimados.
Cualquiera pensaría que con el avance de los tiempos y las tecnologías, los juegos mecánicos deberían ser mil veces más seguros que antaño, pero no es así, como no lo es con los automóviles y camiones que de la nada se incendian.
Viene aquí la pregunta importante, ¿cuántas empresas se dedican a rentar o instalar esta clase de aparatos en el territorio nacional?
Para todos es sabido que los “feriantes”, como algunos les llaman, atienden a una agenda establecida recorriendo el país durante todo el año; se instalan, trabajan, desarman su tinglado y se van a otro lugar a repetir el numerito.
¿Quién se encarga de supervisar las condiciones físico-mecánicas de cada uno de esos juegos? ¿Quién les otorga un permiso? ¿Es o no corresponsable la autoridad que permitió su operación en caso de un siniestro?
Ahí no hay mucho para dónde hacerse. Son juegos que funcionan con piezas impulsadas por electricidad y que conectadas producen movimiento; se enganchan mecánicamente unas de otras y deben tener medidas de seguridad que protejan a los usuarios.
¿En serio es tan difícil cumplir con su trabajo?
Ante la ola de “accidentes” bien valdría la pena exigir una “certificación” a nivel nacional no sólo de las condiciones de los juegos, sino de la capacitación de los operadores y que cada vez que se instalen en alguna ciudad o población dejen una fianza en garantía que cubra los posibles daños y perjuicios en caso de algún accidente.
Esto ya dejó de ser divertido.