Un berrinche de Marko Cortés tiró por la borda la alianza del PAN y el PRI en Coahuila. También puso de relieve el cinismo de una jerarquía ensoberbecida y el quiebre moral del partido de las buenas conciencias. Sin brújula para construir «una patria ordenada y generosa», Acción Nacional perdió la confianza ciudadana que le permitió acceder a la presidencia tras seis décadas de brega, casi una eternidad. Juan Antonio García Villa, quien en 1999 lideró la primera gran coalición opositora para disputarle a Enrique Martínez (PRI) la gubernatura, narra en su libro «50 años de PAN» lo arduo de la travesía. Cuenta, además, algunas anécdotas, como la del simpatizante que le felicitó por haber reunido los votos suficientes para ser diputado. Pensaba que las boletas de una elección se sumaban a las de la siguiente.
El «acuerdo político electoral Coahuila 2023-2024», ventilado por Cortés para reclamar al gobernador Manolo Jimenez su incumplimiento, tenía la formalidad de una lista de despensa. Distritos locales, cinco; distritos federales, dos; secretarías, tres (una para repartir contratos; otra para vigilar el gasto del Gobierno, y una de postre). Notarías, seis; magistraturas, una; alcaldías, 14. También un puñado de puestos administrativos, oficialías del Registro Civil y recaudaciones tributarias, así como un paquete de direcciones escolares y universitarias. Los niños escriben a Santa Claus cartas más serias y realistas, pues saben que los regalos dependen de su comportamiento.
El PAN vendió a ese precio su apoyo a la candidatura de Jiménez, y de un plumazo borró más de 80 años de historia. El argumento de Cortés para romper la alianza con el PRI en las elecciones municipales de 2024, según fuentes enteradas del asunto, es que la transacción con Alejandro Moreno, Rubén Moreira, Manolo Jiménez y Armando Tejeda (PRD) no le fijaba al PAN un porcentaje determinado de votos. Solo un tonto y arrogante podría creerse el cuento de un dinosaurio de colmillo retorcido.
El presidente Andrés Manuel López Obrador calificó el pacto de «mafioso». «Cuando se reparte mal el botín, hay motín», ironizó. Lo «fantástico, surrealista o descarado», dijo, es que el contenido del acuerdo lo diera a conocer el propio líder del PAN. «Tenemos que agradecer, mucho, porque todo esto ayuda; si no, la gente, que es muy buena, noble, no alcanza a entender cómo se dan estos enjuagues». Cortés, en su réplica, empeoró las cosas. Acusa a AMLO de «ser el único mafioso», pero le da la razón: «La política debe ser transparente, a la luz del día y a la vista de todos. En toda democracia en el mundo lo normal es que se realicen acuerdos políticos y lo deseable es que se cumplan (…) siempre de manera transparente y sin mentiras».
Marko Cortés no reivindicaba un derecho, defendía una componenda vil, vergonzosa e indigna para los fundadores del PAN y quienes siguieron sus principios. Después del ridículo, Cortés recurrió al chantaje. El convenio con el PRI carecía de validez, pues no pasó por las instancias partidistas respectivas ni mucho podía formalizarse ante la autoridad electoral (INE). Una forma de lavarse la cara era que el PAN renunciara a los cargos y sinecuras. Establecer, asimismo, una línea independiente en el Congreso y abandonar el papel de comparsa, le habría devuelto algo de dignidad y el reconocimiento de una parte de sus militantes y electores. En lugar de eso, prefirió la ignominia.