“La brevedad es el alma del discurso. Hablar en exceso
sugiere la desesperación por parte del líder”
Ciro el Grande
Y el día menos pensado en un templete, una entrevista o una conferencia de prensa, surge desde lo más profundo del ser del político su “verdadero yo” que irrumpe en la escena con una fuerza descomunal y sentencia a aquel personaje, a llevar cual pesada losa y por el resto de sus días, la carga aquellas malhadadas palabras.
Pueden ser producto de la desesperación y el hartazgo, del cansancio, el desconocimiento, enojo o frustración, pero brotan de manera natural, sin pensarse, porque quien las pronuncia no tiene idea del alcance que su frase tendrá.
Así, frente a un micrófono, Jesús Murillo Karam dijo “Ya me cansé” cuando respondía preguntas de reporteros por el caso de los desaparecidos de Ayotzinapa.
Hilario Ramírez Villanueva, exalcalde de San Blas, Nayarit sentenció: “Sí robé, pero poquito”.
El ex presidente Enrique Peña Nieto dijo: “Ya sé que no aplauden” al concluir un discurso intrascendente que poco le celebraron y Ernesto Zedillo le dijo a una vendedora indígena, pero frente a los reporteros: “No traigo ‘cash’”.
“La pobreza en México es un mito” comentó Pedro Aspe, exsecretario de Hacienda y Vicente Fox en una entrevista señaló: “Estamos ambos cuatro”.
El exgobernador Mario Marín intentando defenderse dijo: “Sí es mi voz, pero no soy yo”.
De Luis Echeverría se recuerda aquello de: “Ni nos perjudica, ni nos beneficia, sino todo lo contrario” y de Felipe Calderón su famoso: “Haiga sido como haiga sido”.
Este fin de semana le tocó ingresar al selecto club a la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, quien buscando justificar la muerte de una maestra jubilada que prestaba servicio como operadora de un taxi de plataforma y a la que el crimen organizado secuestró exigiéndole “pago de piso”, al afirmar que la profesora pereció de un infarto, “Les guste o no”.
El carácter impositivo y autoritario de la gobernadora quiso abrochar el tema, pero lejos de ello abrió la puerta descubriendo su verdadera personalidad.
A Nahle la faltaron tablas, oficio y “esquina”, un buen asesor que redactara un mensaje claro y contundente y que preparara a la funcionaria para imprimir, al momento de pronunciarlo, el énfasis, ritmo, cadencia y modulación necesarios para conseguir el propósito. Pero no, ella pecó de soberbia (como la mayoría de los políticos) creyendo que por el simple hecho de decirlo sus palabras se convertirían en verdad incuestionable. En el pecado llevará la penitencia.
Doña Rocío tenía que presentar pruebas, estudios, análisis, hechos por peritos y especialistas, no tratar de imponerse con el pueril argumento de “Les guste o no”.
Un lapsus, un desliz, un momento de desconcentración o desesperación, te marcan la vida y la carrera para siempre y en todos los casos, la dolorosa lección no tiene vuelta atrás.