En un mundo marcado por la polarización ideológica, el consumismo desenfrenado y las desigualdades sociales, surge una pregunta: si Jesús Cristo viviera en nuestra era, ¿se alinearía con el socialismo? Un análisis de sus enseñanzas, tal como se registran en los Evangelios, y los principios del socialismo moderno revela sorprendentes puntos de convergencia.
Las palabras y acciones de Jesús, según los textos bíblicos, reflejan un compromiso inquebrantable con los marginados, los pobres y los oprimidos. En Lucas 4:18, Jesús proclama que su misión es «anunciar buenas nuevas a los pobres» y «liberar a los oprimidos». Sus parábolas, como la del Buen Samaritano, enfatizan la responsabilidad colectiva de cuidar al prójimo, sin distinciones de clase, etnia o credo. En Mateo 19:21, exhorta a un joven rico a vender sus posesiones y darlas a los pobres, un llamado radical que desafía la acumulación de riqueza en un sistema capitalista que perpetúa la desigualdad.
Jesús también criticaba a las élites económicas y religiosas de su tiempo. En Marcos 10:25, afirma que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios». Esta condena a la riqueza excesiva resuena como la crítica socialista a la concentración de capital, que genera brechas sociales insalvables. Además, su defensa de los trabajadores y su rechazo a las jerarquías opresivas, como lo señala en Mateo 23:12 “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”, reflejan una visión igualitaria que podría interpretarse como precursora de las ideas socialistas.
Algunos pontífices católicos sí comprendieron esto, como el Papa Pablo VI quien señaló que «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario».
El socialismo, en su esencia, aboga por la propiedad colectiva de los medios de producción, la redistribución equitativa de los recursos y la prioridad del bienestar común sobre el lucro individual. Movimientos socialistas contemporáneos han enfatizado la justicia social y la lucha contra la explotación, ideas que, en la superficie, parecen alinearse con las enseñanzas de Jesús.
Por ejemplo, la práctica de las primeras comunidades cristianas, descrita en Hechos 2:44-45, donde los creyentes «tenían todo en común» y «repartían según la necesidad de cada uno», evoca una forma de organización que no dista mucho de los ideales socialistas.
En el contexto actual, un Jesús del siglo XXI condenaría el capitalismo salvaje que permite que el 1% de la población global acumule la mayoría de la riqueza. Podría criticar la especulación financiera, el cambio climático impulsado por el lucro corporativo y la precariedad laboral, alineándose con movimientos que demandan salarios justos, acceso universal a la salud y la educación, y la protección del medio ambiente como un bien común.
Jesús nunca abogó por la lucha de clases en el sentido socialista, pero sí criticó a los ricos, también llamó a todos, pobres y ricos, a la conversión y al amor mutuo. Su mensaje de no violencia («poner la otra mejilla», Mateo 5:39) contrasta con las confrontaciones violentas que han marcado algunos movimientos nacionalistas conservadores de ultraderecha. En este sentido, un Jesús contemporáneo podría sentirse más cómodo con corrientes socialistas democráticas, como las defendidas por figuras como José Mujica o los movimientos de economía solidaria, que enfatizan la justicia social sin recurrir al conflicto de clases.
Imaginemos a Jesús en el 2025, caminando por las calles de una metrópoli global. Probablemente estaría conviviendo con los sin techo, los migrantes, la comunidad LGBT y los trabajadores pobres. Podría usar las redes sociales para denunciar la avaricia de las corporaciones o el abandono de los vulnerables, como lo hizo con los fariseos de su tiempo. Su mensaje resonaría con los movimientos que luchan por la justicia climática, la equidad de género y el fin de la explotación laboral, todos valores que el auténtico socialismo moderno abraza.
Jesús no encajaría del todo en nuestro mundo, pues su ideología lo llevaría a cuestionar tanto el dogmatismo de algunos conservadores autoritarios como la codicia del capitalismo desenfrenado. Sería un crítico de cualquier sistema que anteponga el poder o el lucro al ser humano.
Si Jesús viviera hoy sería un filósofo socialista humanista, pues su mensaje de amor, justicia y solidaridad encontraría eco en muchos principios socialistas. Su énfasis en los pobres, la comunidad y el rechazo a la acumulación egoísta lo acercaría a movimientos que buscan un mundo más equitativo. Su enfoque espiritual y su rechazo a la violencia lo harían una figura única, capaz de desafiar a la ultraderecha. En un mundo dividido, Jesús nos recordaría que la verdadera revolución comienza en el corazón, un mensaje que trasciende cualquier etiqueta ideológica.
Ahí se las dejo de tarea.