Se vislumbran tiempos mejores y se siente en el aire la dulce brisa de la reconciliación. Nos ha quedado claro que a nadie beneficia el conflicto entre facciones y que el llamado “daño colateral” es cuantioso. Abraham Lincoln solía decir que “Una casa dividida no se puede sostener”. A estos procesos de cerrar las heridas, algunos le han llamado “operación cicatriz”, sin embargo, el ejercicio reconciliatorio debe ser más profundo que solo parchar el daño y sobar el chipote. La reconciliación implica un acto de contrición de las partes en conflicto y luego una mutua redención…sin guardar rencores ni resentimientos y sobre todo, sin ganas ocultas de ajustar cuentas con planes secretos de futuras venganzas o represalias. Es decir: la reconciliación debe ser sincera o no es.
Así se espera que la presidenta Sheinbaum erradique de su discurso y narrativa los nefastos términos que horadaron las brechas llenas que nos dividieron. Ya no se hable más de fifis y chairos, de adversarios y enemigos, o de bandos antagónicos. Hablemos de México como lo que es: un “sarape veteado”, un mosaico heterogéneo, rico en diversidad pero que se entreteje; porque, si la diversidad nos divide, ya no es diversidad, sino adversidad.
Aquí en Nuevo León también se comienzan a ver las señales de tiempos mejores, de una renovada paz política, tan necesaria para mantener en alto el espíritu laborioso y pujante de los nuevoleoneses en este momento crucial para el crecimiento y la prosperidad en el que la salud política resulta un factor fundamental. En Nuevo León, la reconciliación no solo es un acto de la voluntad, sino también de la responsabilidad de quienes gobiernan (en los tres niveles, en los tres poderes y en todos los partidos).
Hemos aprendido (y no con pocas pérdidas) que la división conlleva a la confrontación y al conflicto y éste a la parálisis y al empobrecimiento. Se pierde mucho tiempo valioso, tiempo que es recurso no renovable.
Todo pleito resulta costoso, entre las partes, el daño siempre es mutuo y la fractura siempre pasa la factura: Todos perdemos….Especialmente por la forma en la que el conflicto perpetuo, el insulto, la descalificación y la desarmonía lacera la moral social. Y por tan recalcitrante e ineficiente choque de diferencias políticas, irónicamente la conciencia colectiva llega siempre a la conclusión de que «Todos son iguales y ninguno sirve pa’nada.»
La reconciliación, que se define llanamente como “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos.” Es un bálsamo sanador: los aires se vuelven menos densos, el ambiente más cordial, la diaria faena se hace menos pesada, la convivencia menos ríspida y desgastante. Los ánimos mejoran. Cabe mencionar que la reconciliación es un acto de nobleza y “nobleza obliga”.
La resolución de conflictos es una cuestión de respeto. Lo que no cabe es confundir la reconciliación con la complicidad. Conciliar se trata de coordinación, de consideración, de colaboración, coherencia y congruencia. Se trata de no perder de vista las prioridades y de tener presente que el todo es más grande y más importante que la suma (o la división) de sus partes. Y, todas las piezas son importantes.
«Donde no hay pa’todos hay patadas» (refrán popular)