El deporte en nuestro país es un tema que requiere estudios exhaustivos; la especial atención debe concentrarse en lo local. Si no hubiera sido por los visionarios como Alberto Santos, Humberto Lobo, Jorge Lankenau, FEMSA, CEMEX y algunos otros que se escapan de la memoria, estaríamos en el abismo en el que se encuentra la disciplina que intenta competir en justas internacionales, olímpicas y mundiales. A excepción del boxeo, del cual hace algunos años había algo que presumir, hoy en día solo el payaso jalisciense Canelo Álvarez parece hacer algo relevante, aunque solo sea derribando «monigotes» para cobrar millonadas, evadiendo verdaderos fajadores que podrían ponerlo en aprietos.
Pero reza el refrán ranchero: “El que presta su mujer para bailar y el caballo para montar, no tiene nada que reclamar”. El deporte está mal manejado siempre, desde la triste época de los Vázquez Raña, que hicieron de ese mundo su feudo personal, hasta Raúl González “el matemático”, quien del podio de las medallas brincó a la dirección y, por ende, a su fortuna, hasta rematar con Ana Gabriela Guevara, quien, como he dicho en múltiples ocasiones, fue una excelente medallista, pero como dirigente es una magnífica motociclista. Lo de la honestidad, lo dejamos para después… yo tengo otros datos.
Es inaceptable que la cabeza del deporte que compite en París en los Juegos Olímpicos se haya presentado hasta hace unos días sin haber participado en pensamiento, palabra y mucho menos en obra, en ninguna reunión, junta, coordinación o evento donde haya estado presente. De ahí se explica el absurdo de haber rechazado la petición de las nadadoras en la disciplina de nado sincronizado, que, si no tenían para el pasaje, debieron vender gelatinas o rifar sus calzones.
Lo hicieron, y están considerando seriamente, al terminar los Juegos Olímpicos, dedicarse profesionalmente a la venta de lencería en los cruceros de la CDMX debido a los excelentes resultados comerciales.
La señora Ana, o no sé si sería más apropiado referirme a ella como señor Guevara por razones obvias, apareció públicamente en un restaurante de lujo en la Ciudad Luz, acompañada de una señorita de muy buen ver y mejor tocar. Algo le debió haber visto el presidente López Obrador, aparte de la lealtad, para confiarle el deporte nacional. Muy a su estilo, después de muchas muestras de desapariciones de dineros millonarios y fondos de determinadas disciplinas que no le agradaban, pocos saben si eran los deportes o las chicas que intentaban competir.
Los resignados mexicanos no estamos reclamando solo los pobres resultados en el cuadro de medallas; estar ilusionados por una miserable medalla, aunque sea de bronce, una de plata si descalifican al oponente, o dorada si fallecen de un infarto masivo todos los competidores en una carrera de relevos, es tan deprimente que si hacemos números de lo que cuesta presentarnos, lo que se roba el señor Guevara y la mala fortuna de nuestros deportistas, saldría más económico otorgar la ciudadanía a kenianos, asiáticos o cualquier migrante del sur del continente (menos venezolanos) para obtener un mejor desempeño. Aunque también nos encontramos con tonterías como la legalización de la ciudadanía de Rogelio Funes Mori, que, como argentino, era malo, y hoy, como “mexicano”, es… peor.