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Regreso a la escritura

El fin de la escritura debe ser como el fin de la ciencia: no buscar abrir la puerta al saber eterno, sino poner límite al error eterno, con especial énfasis en no suponer, obviar o deducir sin pensar. Siempre se debe utilizar un método aristotélico de pensamiento.

Cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, el individuo, especialmente el lector, empezará a percibir que todo juicio es una confesión. Lea a los editorialistas y lo entenderá mejor. Ya que los que pueden, actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben.

Llama la atención que el individuo siempre exige la libertad de expresión como una compensación por la libertad de pensamiento que rara vez utiliza. La ceguera biológica impide ver, la ceguera ideológica impide pensar.

Libres son quienes crean, no quienes copian; y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Por eso siempre hay que tener claro que se debe educar enseñando a dudar. Una obediencia ciega supone una ignorancia extrema, como ha sucedido a lo largo de la humanidad en cuanto a religión se haya profesado o con cuantos dictadores leamos en la historia universal.

Las palabras escritas son buenas, las palabras pueden ser malas, las palabras pueden herir, las palabras pueden arder, las palabras son caricias, las palabras son dadas, intercambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Algunas palabras nos absorben, otras nos dejan; son como garrapatas, puesto que anidan en libros, periódicos, revistas, etc.

Las palabras escritas nos aconsejan, sugieren, implican, ordenan, imponen, segregan, eliminan. Definen al individuo al grado de poder describirlo como suave o amargado. El mundo gira en torno a las palabras escritas lubricadas con el aceite de la paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en santa paz con sus oponentes y enemigos. Esta es la razón por la que la gente hace lo contrario de lo que piensa, creyendo que piensa lo que hace.

Por eso no hay espejo que mejor refleje la imagen del individuo que sus palabras, en el caso del editorialista, su escritura. Independientemente del prisma con el que se vea.

Epílogo: El maestro Hermann Hesse consideraba que la paciencia es la cosa más dura para el espíritu, pero es lo más duro y lo único que merece la pena aprender. Todo lo que es naturaleza, desarrollo, prosperidad y belleza en el mundo descansa en la paciencia; requiere tiempo, silencio y confianza. La paciencia es un árbol de raíces muy amargas, pero de frutos muy dulces.

La intolerancia, la estupidez y el fanatismo pueden combatirse por separado, pero cuando se juntan, no hay esperanza. Ni aun teniendo paciencia, solo la escritura puede combatirlos, ya que perdura y el tiempo le dará la razón o demostrará su error.

@Fcoleannecgzz
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