“Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan
del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros”
Jean de la Bruyere
Al “Bar Progreso”, mejor conocido como “El Chapeados” acudieron por décadas gobernadores y alcaldes en turno, políticos de todos los niveles, empresarios, artistas, deportistas sin que fuese un lugar “de caché”, iban por el ambiente, por la plática y por el servicio que te brindaban.
Entre la clientela era común escuchar a quienes presumían su “antigüedad” en el bar, diciendo: “Yo vengo aquí desde el año del taitantos” y así una buena parte de los “bebensales” se conocían unos a otros, hacían negocios, se daban la mano, jugaban dominó y construían sólidas amistades.
De entre todos los personajes famosos que acudieron al “Chapeados” había uno en particular que estuvo ahí por buen tiempo y no es que fuese mayor, sino que llegó desde pequeñito para quedarse, me refiero a “Toño”, el hijo de Sergio el dueño, que a diario se aparecía en el bar para acompañar a su papá.
“Toñito” era un niño como cualquiera, inquieto, juguetón, con una mirada y una sonrisa pícara que cautivaban a cualquiera; se daba a querer por los clientes y no se metía con nadie siempre y cuando no le tocaran sus querencias que eran dos: las personas a las que él quería (su padre, su tío, los empleados del bar y algunos clientes seleccionados) y “La Colorada”, la caja registradora de la que era fiel guardián… no me pregunten en qué orden quería a unos y otros, porque no sería capaz de responder.
De muy pequeño había “maloras” a los que les gustaba hacerlo enfadar, más que por el enojo, por la forma en que reaccionaba. Iban y le decían: “Oye Toño, ese señor de ahí me dijo que le va a pegar a tu papá” o “se me hace que se quiere robar La Colorada”, y anda, para pronto que Toño iba y se paraba junto al hombre, se bajaba el pantalón y lo orinaba sin mediar palabra, lo que provocaba la risa generalizada del bar.
Unos años después, cuando empezó a acudir a la escuela, cierto día la maestra mandó llamar a los padres y les dijo: “Estoy muy preocupada por Toño, no sé qué le pasa, diese la impresión por la manera en que habla de que a diario va y se mete a una cantina”.
Toño creció y aprendió del espíritu de servicio heredado desde su abuelo, su padre y su tío, de atender y cuidar a los clientes, con todo y que era bastante “mecha corta” y si algo no le parecía (herencia de Miguel su tío) te lo decía de inmediato, pero era atento y servicial, un buen muchacho.
Un día, hace algunos años, una enfermedad se lo llevó, dejando a su padre sin la compañía y complicidad de su hijo y a nosotros sin un buen amigo. Hoy lo recuerdo con cariño y afecto, como estoy seguro muchos de los clientes de “El Chapeados” lo recuerdan.