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Yo no me quiero morir todavía…

La primera vez que la vi, ella intentaba cargar dos costales de yute con cartones y envases para el reciclado. Pero se fue para atrás debido al peso y estuvo a punto de caer si no hubiera estado una pared de por medio.

Le ayudé con la carga. Me dijo a través del cubrebocas:

—No hace falta, gracias, te vas a ensuciar, Chaparrito, solamente sostén en mi espalda uno de los costales mientras me cargo el otro.

Me dio risa lo que me dijo, “Chaparrito”, pero me partió el corazón al mismo tiempo, de pura ternura.

—Cómo crees, tía, yo te ayudo. Dime para dónde vas.

No dejé que se negara. Me cargué un costal en la espalda y lo sostuve con una mano, y cada quien cargó una orilla del otro costal. Era casi media noche y comenzaban los estragos del frente frío número ya no sé cuál. Nadie me esperaba en la casa. Sólo la cama, y al día siguiente, primero Dios, otra jornada de trabajo.

Ella me recordó a mi tía Socorro, que en paz descanse, sobre todo por su cabello blanco bajo el gorro de estambre gris, y sus gafas bifocales, bajita, sonriente, enfundada en varias capas de ropa para el frío.

—¿Cómo te llamas, tía?

—Susana, pero me dicen Nita. ¿Y tú, Chaparrito?

—Bernardo, para servirte.

—Perdón que te diga Chaparrito, así le digo a mi hijo el mayor.

Caminábamos lento, a su paso.

Me empezó a platicar:

—Navidad y Año Nuevo son las mejores fechas para recoger cartón y los envases de aluminio de cerveza y refresco, y las botellas de vidrio del vino y del tequila, que son de lo que pagan mejor. Aunque el pet hace mucho bulto. Lo que me gusta más de estas fechas es que afuera de las casas dejan muchas cajas de cartón, donde estaban empacadas las pantallas planas, o los hornos de microondas, o las bocinas, o los muebles, y hasta el plástico ese que tiene burbujitas, aunque ese me sirve para tapar las rendijas de mi casa para que no se meta el frío, o hasta para cuando ando en la pepena por otro lado, que se me hace noche y me quedo a dormir con amigas que también recogen y venden para el reciclado, allá cerca del centro o afuera de la central de autobuses. Yo siempre doy gracias a la Divina Providencia en Navidad y Año Nuevo, porque la gente compra mucho y desecha cosas, y a veces son cosas buenas todavía. Siempre agradezco y pido a Dios, que nos vaya bien a todos.

—¿Y no tienes familia?

—Sí, pero me quieren tener encerrada, por el dichoso virus ese, pero yo ya no aguanto, ni siquiera dejan que me salga al solecito, un ratito a la calle, por eso me les escapé, si ya ni marido tengo que me quiera controlar.

—¿Te encerraba el marido?

—A piedra y lodo. Yo no sé qué pensaba, si me dediqué a mis cuatro hijos y nunca anduve de loca. Ah, pero él, qué tal, se salía desde temprano y regresaba a media noche o hasta la madrugada. A veces nos dejaba encerrados el fin de semana y se llevaba las llaves. Quiso mucho a nuestros hijos, eso sí. Duramos 50 años de casados, pero le dio un cáncer y no aguantó, hace 15 años que murió. Mis hijos se habían ido uno a uno, cada quien se casó y corrió para escaparse del encierro. Imagínate, yo tenía 15 años cuando me casé. Ahorita ya ando en 80 años. Y me siento bien, pero quiero vivir mi vida, sin estar encerrada, sin que nadie me diga cómo tengo qué vivir, que nadie me critique, así voy a donde yo quiero y cuando yo quiero. En la pepena ya llevo unos 10 años, aunque sea de a poco pero me quedan mis centavitos para irla pasando.

—¿Y no te da miedo el virus?

—Pues sí, cómo no, yo no me quiero morir todavía, primero Dios. Yo creo que la gente exagera, le tiene mucho miedo a enfermarse. Pero pues, si no sale uno, es de volverse loco por el encierro, y además hay que sacar dinero, así sea poquito. Sí me

cuido, me pongo el cubrebocas y cuando puedo me lavo las manos o me pongo alcohol en gel, donde haya. Trato de no acercarme a donde veo mucha gente. Y no me subo al transporte de ruta, porque la gente se amontona, se empuja y hasta se codea, no hay consideración.

Llegamos a su casa. Abrió y dejé el costal adentro junto al otro. El interior se veía repleto de cartón, plástico, envases y botellas.

Al salir, le di un billete de veinte, que era lo que me quedaba, incluso para el transporte del día siguiente.

—Ten, tía Nita. Aunque sea para un pan, para cenar.

—Gracias, Chaparrito. Dios te bendiga siempre.

—Gracias, tía Nita, a ti también. Cuídate mucho por favor.

Ya no la he visto. Su casa permanece cerrada. He preguntado a los vecinos y me contestan que nadie sabe dónde está. Uno me dijo que se la llevaron los de servicios asistenciales a un albergue municipal, otro me comentó que vino una de sus nietas por ella, porque se les había escapado, y Nita, de espíritu indómito y libre, no soportaba estar encerrada. Otra persona afirmó que al parecer la subieron a una patrulla pues había una denuncia de una vecina, por el mal olor de los envases vacíos acumulados.

Yo sólo espero que a donde vaya, haya encontrado en Navidad y este Año Nuevo el cariño de gente que la quiera y la respete, comida caliente y un techo dónde resguardarse del frío y del virus sea del Covid 19 o de la influenza, o de cualquier otro. Pero sobre todo, que logre vivir como ella quiere, en libertad.

Feliz Navidad atrasada, tía Nita, y feliz Año Nuevo, feliz vida siempre, un abrazo cariñoso, en donde quiera que estés…

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