Nada nuevo bajo el sol
Eclesiastés 1:9
En el año 384 a.c. llego a la ciudad de Atenas un joven de 17 años procedente de Estagira, una pequeña ciudad al norte de Grecia. Su mayor anhelo era estudiar en la prestigiada academia de Platón.
Los primeros meses de su estancia debieron de ser sumamente difíciles, ya que para la mayoría de los habitantes de la gran metrópoli que era Atenas en ese momento, el joven estagirita no era más que un simple provinciano, técnicamente un extranjero, y por lo tanto solo era visto un poco mejor que un simple bárbaro.
A pesar de todas las vicisitudes, su brillante inteligencia lo hizo que se distinguiese demasiado rápido, al grado que su maestro Platón supo apreciarla. A la muerte de Platón aparecieron varios candidatos dispuestos a ocupar el puesto de director de la prestigiada Academia.
En aquel momento aquel estagirita era ya un individuo que rondaba los 37 años y contaba con un gran renombre entre sus alumnos de la citada academia, parecía ser el más adecuado para ocupar la dirección de la misma, sin embargo, las mejores familias atenienses, desecharon la candidatura del provinciano y prefirieron nombrar a Espeusipo por el simple hecho de ser sobrino del difunto Platón, un franco acto de nepotismo.
Ante dicha elección el forastero y algunos de sus alumnos deciden abandonar la Academia y se aventuraron en un exilio voluntario. Durante sus travesías, el extranjero visitó la corte del rey filósofo Hermias en Aso; y al pasar largo tiempo en la isla de Lesbos se dedicó al estudio de la biología marina en donde describió que las ballenas no era peces, tal cual se creía en aquel momento, sino mamíferos.
Al paso del tiempo llego su debut, ya que el poderos rey de Macedonia, Filipo, lo invitó a la corte para que se encargara de la educación de su hijo, Alejandro, a quien trasmitiría toda la sabiduría helenística y le enseñaría un tipo de pensamiento en donde la experiencia es la fuente del conocimiento.
Años después, concluida la preparación del futuro gran conquistador, nuestro personaje regresó a Atenas, utilizando todas sus ganancias obtenidas en Macedonia para concretar el anhelo de su vida y fundar su propia escuela filosófica que recibió el nombre de Liceo, lo que eclipsó la fama de la Academia.
Así fue el camino de Aristóteles, cuyo nombre es ahora conocido por cualquier persona culta. En cambio ¿Quién conoce el nombre de su rival Espuesipo, quien no solo fue olvidado por haberle quitado el espacio de la Academia a Aristóteles? Hecho que nos confirma muy poco hemos cambiado desde entonces hasta la época actual cuando los concursos para una posición de dirección docente o política con frecuencia son ganados por los mejor emparentados y no por los más talentosos.
Así como la sabiduría no se hereda, tampoco lo es el don de mando. Ojalá lo entendieran nuestros políticos, y sobre todo los ciudadanos que acuden a las urnas. Independientemente del Prisma con el que se vea.
Epílogo: En medicina nos enseñan que la historia de nuestro paciente siempre nos sirve para conocer el pasado, interpretar el presente y prever el futuro. Dicho principio es universal ya que aplica para el comportamiento social, al grado que por esos los políticos comenten los mismos errores no importa el espacio ni el tiempo, y lo demuestran al sentirse orgullosos de sus desaciertos.