La “nave del estado” es una metáfora expuesta por el filósofo griego Platón en su libro “La República”, donde hace más de dos mil años se analizaba la función pública comparando el gobierno de una ciudad o un estado con el manejo de un barco.
En dicha metáfora, Platón utiliza al personaje de Sócrates para comparar la ciudad con un barco, donde el patrón es el pueblo, engañado por marineros ignorantes (los políticos). Los marineros en disputa son demagogos y políticos, cada uno pensando que debe pilotar, aunque jamás hayan aprendido el arte del timonel y no puedan mostrar quién fue su maestro ni cuándo aprendieron; además, declaran que no es un oficio que se pueda enseñar.
Siempre se amontonan alrededor del patrón (pueblo) de la nave, rogándole (prometiendo) y haciendo todo lo posible para que les ceda el timón, como sucede en las contiendas electorales. Los marineros o políticos afirman que saben navegar, aunque no tienen la más mínima idea y compiten constantemente por la aprobación del patrón (ciudadano) para pilotar el barco, llegando incluso a embrutecer al patrón con drogas y vino, como lo hace el actual presidente con los chairos.
Una vez que toman el control de la nave, alaban y denominan navegador (secretario), piloto (diputado, alcalde o regidor) y entendido de náutica al que sea hábil (cómplice) para gobernar la nave, persuadiendo al patrón de que al realmente útil lo releguen.
Un piloto real del barco siempre presta atención al momento del año, a las estaciones, al cielo, a los astros, a los vientos, así como a todo lo relacionado con el arte de la navegación. Es un observador, un matemático y filósofo; es el único con el conocimiento adecuado para llevar el navío a buen puerto. Los políticos o marineros tachan al piloto matemático y filósofo como un observador de estrellas inútil, aunque sea el único con el conocimiento adecuado para pilotar la trayectoria de un barco.
Al ver una entrevista al polémico empresario y político Mauricio Fernández Garza, quien siempre ha sido arrogante pero no ignorante, hace un análisis simple, sencillo y muy práctico que sugiere que a quienes pretendan participar en política se les exija estudios. Personalmente, diría que hay que ir más allá y exigirles que hayan aplicado lo que estudiaron, ya que de no hacerlo serían lo mismo o peor que aquellos que no lo hicieron, además de ser ignorantes inútiles.
El político sampetrino ejemplifica que, para una enfermedad, vas con un médico. Para construir tu casa, acudes a un arquitecto. Para un problema legal, acudes con un abogado. Pero hace hincapié en que, en política, cualquier imbécil es bienvenido, y vaya que no se equivoca. Concluye con una idea muy similar a la de Platón: “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores individuos”, cuestión de recordar a Vicente Fox o Jaime Rodríguez el Bronco, independientemente del prisma con el que se vea.
Epílogo: Sucede lo mismo en la enseñanza a los diferentes niveles (preescolar, primaria, secundaria, etc.) y en la religión, ni que decir. Basta con ver la zozobra de la nación ante la inseguridad para entender que desentendernos de la política y de lo que hacen los políticos nos puede sumir en un problema aún mucho mayor del que nos encontramos.
