En las filas del metro Sendero. Al bajar de cualquier estación de transbordo. En las tortillerías. Para entrar a las salas de conciertos. A la época del buen fin. Al reparto de utilidades. Al descender de los aviones.
En la prisa de los enloquecidos. En el puente internacional de Nuevo Laredo o Reynosa. Cuando nos quedamos sin gasolina en el auto. Al estar presente en algún velatorio de un personaje notable de la humanidad.
En la televisión, cuando Raúl Astor asumió el papel de entretenedor nocturno, con el atractivo visual de las vedetes del momento.
Somos una sociedad, la mexicana, acostumbrada a empujar al de adelante. A agandallarnos de quien se distrae en la fila del supermercado. Cuando es escaso o lejano el parqueadero de autos.
Los políticos emergentes defenestran a sus mentores. Les comen el mandado de los puestos principales. Se van rodeando de sus incondicionales. Si alguno se atreve a empujarlo, conocerá el puño amargo de la frustración y el desempleo.
Pero nada. Nada supera al tres veces doctor Samuel Alejandro García Sepúlveda. Nada. Con su triquiñuela de domingo a la ciudadanía. De pedirles un empujón extra en el ahorro del agua.
Ya se los bailó con el tandeo. Con el incremento de precios del servicio de agua para desincentivar el uso doméstico. Con el replaqueo y hasta con la verificación de los autos. Además de las tarugadas en el DIF y en los Centros Capullos a donde va a perder el tiempo con doña Mariana.
No empujen Samuel. No empujes.