Aunque sé que el Nuevo Testamento es tan rigurosamente histórico como el cuento de Blanca Nieves, siempre he tenido curiosidad respecto a un episodio de los Evangelios. Ni en los Apócrifos he logrado saciar mi curiosidad. Se trata de la resurrección de Jesús, cuando un discípulo conocido como Tomás (dídimo, gemelo, cuate pues), descree del milagro. El Maestro llega y reta a Tomás para que meta los dedos en sus llagas y se convenza. A Tomás se le atribuye la evangelización de la India, y hasta se le ubica predicando en América prehispánica. Sí, es a este Tomás al que se consideró como el presunto pintor de la imagen de la virgen de Guadalupe. Vaya, es un personaje tan oscuro y por lo tanto tan útil para reconstruirlo sin mesura, que se le ha visto como hermano, primo o gemelo de Jesús. Incluso algunos han alucinado complots donde Tomás fue el crucificado, y Jesús huyó a la India. Casos, todos, que desentonan con la objetividad del personaje bíblico. ¡Pobre Tomás!
En estos días la ciencia es bastante omisa cuando le conviene, pero no admitiría la resurrección de un muerto. Tolera el hecho porque, después de todo, un milagro es un absurdo en la naturaleza, pero puede sostener a cuarenta elefantes sobre la tela de una araña y convencer precariamente a enemigos feroces de que todos somos hermanos. Mas lo que me intriga es la escena misma del encuentro de Tomás con Jesús resucitado. ¿Tomás metió sus dedos en las llagas de Jesús? ¿Le dolió a Jesús? Esa exploración prácticamente forense, ¿no les dio asquito a Tomás, a Jesús, o a los eventuales discípulos presentes? Se acusa a Tomás de incrédulo cuando en realidad era el más lúcido de los discípulos. Sólo trataba de detener un posible “fake news”. Después de todo, un solo milagro desmiente las leyes que rigen a la naturaleza, es decir, a toda la Creación y, por lo tanto, a Dios (Como el genial cubano José Antonio Méndez que desmintió a Dios en su canción “La gloria eres tú”. Sobre todo ahora que una buena canción es un milagro).
Hoy todos hubiésemos sido Tomás frente a Jesús resucitado, aunque sí nos tragamos con gusto cualquier información absurda, por más evidente que sea. La exposición pública de la información falsa es inútil. La dinámica de la mentira mediatizada es abrumadora. A Tomás le faltarían dedos para meterlos en tantas llagas. O puntería. Porque una periodista independiente tuvo el acierto de meter el dedo en una llaga, una de tantas. Reyna Haydee Ramírez no se midió, y no tenía por qué hacerlo. Dijo lo que le nació de su ronco pecho en la mañanera de este jueves 21 de julio. No sé si es verdad lo que cabecean algunos medios sobre que don André se enojó. Incómodo sí debió estar. Pero también debió estar agradecido, porque Reyna Haydee Ramírez mostró a él y a todos, la enorme diferencia que hay entre periodistas vendidos, periodistas independientes y simples paleros.
Las mañaneras han sido un instrumento excepcional de la 4T. Yo estuve atento durante mucho tiempo a cada emisión, a veces por oficio y a veces por estar enterado de la verdad oficial. Dejé de ver las mañaneras porque me fastidió ver cómo “influencers” y periodistas lambiscones, empezaban a acaparar los micrófonos. Había un sujeto muy demodé, con corbata de pajarita muy parecida a su bigote, que era mi “quiu” para ir a prepararme un café o a la tienda por cigarros. Reyna tiene razón. La mañanera como estrategia pierde toda utilidad para el gobierno federal y para los ciudadanos, cuando se llena de preguntones a modo, lo que convierte el diálogo en un monólogo presidencial. Sin querer queriendo, las mañaneras se deterioran así de la misma manera que ese “periodismo opositor” sometido a una línea de intereses, mentiras, burlas y ninguneo.
Hay periodistas o, mejor dicho, medios que se han autoexcluido de las mañaneras. No ha sido por falta de oportunidad sino por hacerle el vacío al medio presidencial. Falló esa estrategia en su momento. Esos medios, esos periodistas, se han desacreditado tanto que ya son hasta personajes del comic de moda: “El evangelio apócrifo de San Alito mártir”. Pero las mañaneras también van en ruta de colisión con el implacable iceberg de la credibilidad. Reyna dio el dictamen médico más acertado y oportuno: el paciente necesita oxígeno y desintoxicación. Periodistas con argumentos, no con filias y fobias, que ejerzan una dialéctica responsable con don Andrés. Críticas negativas y positivas por igual, porque la crítica negativa se propone corregir, y la positiva perfeccionar. ¿O será que estoy prejuiciado y no le creo los halagos ni a mi espejo miope?
Reyna Haydee puso el dedo en la llaga de las mañaneras. ¿Dolió? No lo sé. Espero que, por lo menos, sí haya dado un poquito de comezón tabasqueña. El impecable razonamiento irónico de Santo Tomás fue derrotado a la larga por la fe. ¡Cuidado! La fe y el dogma son parientes muy cercanos, ¡dídimos!