Le decían Don Rafa y era el benefactor del pueblo en Caborca, Sonora… Algo así como un Robín Hood moderno, claro con las debidas proporciones guardadas.
Sinaloense bragado, moreno, bigote ancho, ojos de reptil y mirada siniestra. Al hombre le gustaba ajuararse con joyas caras, forradas de brillantes.
Llevaba siempre una fortuna pegada al cuerpo. El viejo relumbraba hasta en la sombra.
Cuentan que una enorme águila de oro puro que le colgaba del cuello pesaba casi medio kilo, por eso se pandeaba al caminar. Eso decían, ve tu a saber.
El viejón pecaba de precavido y se transportaba en camionetas blindadas seguido por un verdadero ejercito de pistoleros armados hasta los dientes.
__. “¡Ahí viene la majada!”, gritaban sus malquerientes por aquello de los “cuernos de chivo” que se cargaban sus guaruras.
El pelao se emparento con los Páez y con esa amalgama de apellidos surgió una familia poderosa, los Quintero-Paez; dueña de hoteles, restaurantes, agencias de autos. También de vidas y voluntades.
Don Rafa no era de Caborca, Caborca era de Don Rafa. ¡Si señor!
Con la gracia que da el poder del dinero fue forjando un gobierno paralelo en ese municipio del norte de Sonora muy cerquita del desierto, o del infierno que vienen siendo la misma cosa.
Ahí no se movía la hoja de un árbol sin el consentimiento de Don Rafa, el viejo todo lo controlaba. Fue omnipresente.
El Don era adorado por el pueblo, como no, si a él se debían las avenidas bien pavimentadas, las luminarias encendidas y los parques limpiecitos.
Ademas lo buscaban los menesterosos, las viudas desamparadas, los enfermos terminales y los endeudados a clamar por su ayuda y el los atendía con mucha generosidad como un verdadero patriarca.
Aparte de los negocios descritos en el parrafo seis, lo de don Rafa era la agricultura, ahí si fue mandón.
No por nada tenía sembradas en sus ranchos grandes extensiones de mota, en una tierra que tradicionalmente se destinaba a la producción de uva.
Ahora las hectáreas parián pura “colita de borrego”. No faltaba más.
Por si fuera poco el viejo se daba el lujo de que los “guachos” le cuidaran sus sembradíos.
El color del uniforme militar que portaban los soldados se camuflajeaba con el verdor intenso de la hierba mala.
En una de mis tantas visitas a Caborca observé un día una caravana de camionetas que serpenteaban a exceso de velocidad por las calles de la ciudad.
De entre las ventanillas de los vehículos, tipos malencarados asomaban los cañones de fusiles de alto poder, dispuestos a disparar a la menor provocación.
___”Es Don Rafa que va echarle agua a sus macetas”, dijo un lugareño socarron que amoscado tomaba el sol en la plaza municipal.
En otra ocasión caminaba con un amigo caborquense por la calle principal cuando de pronto nos detuvimos en un céntrico hotel.
A través de sus grandes ventanales observamos a un hombre de mediana estatura disfrutando de la música del mariachi en compañía de mujeres despampanantes, de esas de almanaque.
__ “Ven vamos a saludar al Chapo”, me dijo el paisano y nos introdujimos al lugar infestado de sicarios con cara de pocos amigos.
Al vernos, aquel misterioso personaje se levantó de inmediato de su silla y se dispuso a saludar a mi cuate con un apretón de manos y un abrazo que casi sentí le fracturó las costillas.
__. “¡Quiubo Ramoncillo!”, le dijo y luego de intercambiar algunas palabras le entregó un fajo de dólares de billetes de a cien.
__. “Ahí nomas para que no andes descalzo cabrón”, le dijo y se retiró como si nada a seguir la juerga.
__. “Es El Chapo, viene a ver a Don Rafa, es el que le mueve la mota en el condado de los Ángeles”, me confesó mi amigo.
Después supe que en la cabecita loca de Don Rafa se concibió una idea:
Ampliar sus horizontes y realizar con el permiso del gobierno federal un “proyecto agro industrial” en Chihuahua, al que se conoció como “Cultivo de Manzana”.
Entonces Caborca se alborotó, jóvenes, hombres maduros e incluso mujeres se embarcaron en aquella empresa agropecuaria incubada en un rancho llamado «El Búfalo»
Con la esperanza de salir por fin de jodidos aquella turba se dirigió deslumbrada a un espejismo dejando tras de sí familias y querencias.
Al final el “proyecto agrícola” acabo mal, solo produjo muertos y carne de presidio, como todo lo que pudre la ambición.
Y es que Don Rafa y sus socios sinaloenses desafiaron a Papá Gobierno al decidir sembrar, por su propia cuenta, unas tierritas más de marihuana, total pensaron que tanto es tantito.
Pero se equivocaron y su osadía les salió cara. La furia del Presidente de la Republica en turno fue brutal y desbastadora.
En un tris se hizo el caos. Regimientos del ejercito con artillería pesada provista de helicópteros Pumas irrumpieron los campamentos del fallido plan agrario y a partir de ahí Don Rafa cayó en desgracia.
Después, como “al perro más flaco se le cargan las pulgas” se le adjudico el secuestro y asesinato de un agente norteamericano bien chingón.
Y enamorado como siempre fue, antes de huir a dominios ticos, Don Rafa se llevó a una doncella tapatía que le robó el corazón.
El viejón no midió consecuencias, pues la damita era pariente nada más y nada menos, que de un político priista encumbrado.
Finalmente pagó sus pecados en chirona, 28 años mascó barrote en un penal de alto kilataje, de una condena decretada en cuarenta.
Aunque fue un secreto a voces que Don Rafa salía y entraba al penal como “Juan por su casa”.
Me platicaron que de vez en cuando el ruido ensordecedor de un helicóptero rompía el habitual silencio de Caborca, era Don Rafa que asistía a una quinceañera, a un cumpleaños de algún familiar o a un velorio.
Hasta que un juez seguramente maiceado liberó a la fiera que anduvo nueve años a salto de mata, en medio de ninguna parte. Expandiendo su tétrica leyenda.
Estados Unidos ofrecio 5 millones de dólares por ver una vez más enjaulada a la bestia. Pero bastó la visita del presidente López Obrador a su homólogo Joe Biden para regresar a la sombra al ogro y el logro fue del gobierno mexicano. Eso dicen.
Lo cierto es que Don Rafael nos está saliendo muy Caro.