Uno tiende a pensar que las asombrosas imágenes que el telescopio Webb, un armatoste científico puesto en el espacio a un costo de 10 mil millones de dólares, nos ha proporcionado de la más profunda lejanía espacial no sirven absolutamente para nada. Ahí reside nuestro error, en la soberbia que nos hace pensar, o creer lo que nos han contado por siglos, que somos los señores de la Creación, las únicas y supremas inteligencias imaginables y reales. Esas estrellas lejanas lo primero que nos enseñan es la dimensión de nuestra propia pequeñez. Tan enorme es ella, que no nos damos cuenta de que esas fotografías no nos enseñan la realidad de hoy sino de un antiguo pasado.
Si el sol desapareciera de repente, los humanos nos daríamos cuenta de ello y de sus consecuencias fatales ocho minutos más tarde. Ocho minutos y fracción es lo que tarda un rayo de sol desde que es emitido hasta que nos llega; ergo, el sol que vemos no es el verdadero sol sino uno que existió hace más de ocho minutos. La luz de la estrella Alpha Centauri, la más cercana que tenemos fuera de nuestra galaxia, nos tarda en llegar cuatro años. Observando el cielo estamos viendo nuestro propio pasado.
Andamos en busca del tiempo perdido, diría Proust. La gran explosión, el Big Bang que originó todo esto que llamamos universo sucedió hace unos trece mil quinientos millones de años luz. Las imágenes que habíamos obtenido antes del Webb, con los telescopios Huber y Spitze son de unos 250 millones de años luz, un pasado de nuestra existencia bastante lejano. Los nuevos resplandores, en los que el que quiera puede imaginar la presencia en imagen de un Dios, se acercan a la edad de la Creación, esos catorce mil millones de años luz.
Que ¿para qué sirve saber todo ello? Obviamente, en términos pragmáticos, para nada. En términos filosóficos para comenzar a entender que hemos dedicados una minucia de tiempo en destruir una pequeñísima, insignificante fracción del universo en odios y rencillas, en rencores y matanzas, en dolorosa aniquilación. Si no somos capaces de entender esto y actuar en consecuencia, por lo menos tengamos la humildad del asombro ante estas bellezas que la ciencia nos ha regalado.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Cuando se reúnen los jefes de Estado en privado, nos enteramos de lo que conversaron en lo oscurito cuando ya no es importante. Veinte o treinta años después. El comunicado de prensa no dice más que futilidades que ocultan la verdad. La inútil reunión de el presidente López con Joe Biden no escapa a la regla. Abacho, becho y apapacho de escaparate. Apenas sabemos que el presidente de los Estados Unidos le corrigió la plana a su visitante aclarándole que exageraba el papel que le estaba AMLO asignando a China en la era de la globalización. Y de las decenas de miles de visas de bracero que fue a pedir, ni una mención. ¿Alguien recuerda que hace unas semanas el presidente López hizo un berrinche y desairó la cumbre de las Américas que Biden necesitaba impecable rumbo a las elecciones de 2024 cuando pase la estafeta a Kamala Harris si bien nos va? Todo se paga.