Pasó por encima la avalancha de la sorpresa. Ni en los sueños más remotos de los pesimistas. De aquellos especuladores del libre mercado. Quienes colocan a las empresas calificaciones de beneficios o de peligrosidad.
Con eso, los países en desarrollo, pero también los ya florecientes, comenzaron a la recesión. El alza en el descontrol de los precios.
La toxicidad en las microempresas, los pseudo gobiernos democráticos y los megaholdings del ramo de la salud.
En el estrepito de la caída, el euro emborrachado de las finanzas en fuga y el dólar sin el poder de sus antecesores, los chalecos amarillos de Paris, los indignados de España y los Ocupas de Wall Street perdieron el liderazgo moral de los detractores.
La mansedumbre del ver primero por encima de la comunidad es la enseñanza de la pandemia.
Un techo seguro, el ingreso financiero constante y la moderación, para el tiempo de apremio, es la consigna del silencio.
Millones difirieron los viajes de placer a paraísos exóticos. Solo los 64 más ricos de Estados Unidos y las 34 familias de México, se siguen mostrando en sus nubes de bonanza eterna.
Olvidan la soga de la ira residual. Esa habitante perenne sobre los cuellos de los 8 mil millones de habitantes. El salvoconducto con fecha de salida: la salud.