Nos acompañan en los eventos. En la rendición de cuentas. Al momento de subir y bajar escalones. Con la falta de visión 20-20. Hemos dado caídas. No solo de decisiones erróneas. También al momento de perder la pisada. Los cálculos deben ser exactos.
Desde el suelo hemos visto la belleza de las ramas de los árboles. Importa poco si se ríen de nuestra cabriola.
Al levantarse la incomodidad de palparse descuadrado.
Hace falta quien acomode las vértebras en su lugar correcto. El abrazo del oso del Doctor Caballero.
Pueden decirnos don, mae, ruco o anciano. Las canas multiplicadoras, en otras culturas, nos volverían honorables.
En la cyberprisa de nuestros competidores de menor edad, la supuesta fortaleza y fuerza, es como el diente de león.
Lista para desplazarse con el viento menos provocador.
Detrás de nuestros ojos existe el silencio de la intuición. La mesura de la congruencia y la lealtad.
Poco para avergonzarse. Mucho de seguir aprendiendo. En la balanza de la experiencia, de los pasajes de vida, ya pagamos el derecho de piso por la redención.
Ahora vamos pensando en el legado. En la posibilidad real de incidir en las siguientes generaciones. En esas criaturas cristal. Tan endebles como sus imposturas. Tan infatuados y sobrados, como lo hacen, cada vez, cuando nos dicen mae, don o anciano.