Dos de nuestros exgobernadores, con información privilegiada, compraron a precio ridículo, tierras de carácter ejidal.
En sesión solemne, el pleno del comisariado, en una parte del desierto de Mina Nuevo León, en los derredores de la construcción, ahora abandonada, del penal de máxima seguridad.
Lo hicieron con la mentalidad de revender. Fincar fraccionamientos, tiendas de conveniencia, caminos nuevos, plusvalía, todo, con cargo al erario.
La venganza de Jaime Rodríguez Calderón, una de tantas, explotó toda la maroma de los predecesores.
En pleno siglo XXI, mientras la zona conurbada se expanda hacia todos lados, campesinos beneficiarios de las políticas agrarias de Lázaro Cárdenas del Río, heredaron problemas a sus hijos.
La tierra de Nuevo León, en grandes zonas áridas, produce de temporal cítricos y todo el año lechuguilla.
Preferible es abandonar las parcelas. Venir a los cerros de la metrópoli. Ponerse a chambear a destajo. Ir fincando con la ayuda de los hijos y de su mujer. Acarrear el agua. Aplanar, cimentar y echar placas.
En la pobreza hay hambre. Preferible morir entre las callejuelas de los guetos urbanos a perdidos en los caminos reales.
Hidalgo, Nuevo León, tiene una bomba de tiempo. Todo el casco, incluyendo la presidencia, la iglesia y muchas de las colonias son terrenos ejidales.
La curiosidad nos dice sobre la posibilidad de recuperarse por el dueño legal. No los campesinos de la comunidad. Sino de un empresario sampetrino de apellido Meyer.
Quien se convirtió, desde hace años, al igual a los exgobernadores, en campesino, labriego, ejidatario.
Con aroma de aire acondicionado y sin haber tomado nunca un azadón.