Cada partido hace de su vida interna lo que quiere. Son entidades de interés público que contempla el artículo 41 constitucional.
Si eligen por dedazo o por consenso a dirigentes carismáticos o a políticos cuestionados, no es cosa que nos incumba a los externos. Ya en las urnas serán premiados o castigados.
La reputación del dirigente nacional del PRI se ha puesto en entredicho y quienes estamos fuera de sus filas, como se dice, detrás de la raya, podremos criticarlo airadamente, pero no exigir su renuncia. Allá ellos.
El polaco Adam Przeworski, uno de los mejores politólogos del mundo, dice que los partidos «filtran y refinan la voz del pueblo. La materia porosa que utilicen internamente para filtrar a sus candidatos, será avalada en las elecciones: la única encuesta decisiva».
Cuando el PRI fue un partido hegemónico, durante muchas décadas, su vida interna era parte de la gobernabilidad de México. Sabíamos que el PRI formaba parte del gabinete presidencial.
Tanto fue así, que según Carlos Fuentes, el General Charles De Gaulle preguntó a López Mateos cómo podía hacer un PRI francés. Y López Mateos le respondió: «Imposible, general. El PRI es a México, lo que el camembert es a Francia».
Luego, el general De Gaulle le replicó a López Mateos: «Pero Adolfo, el camembert tiene 42 tipos diferentes». Y López Mateos añadió: «Igual el PRI».
Los críticos del PRI nunca han querido hacer de ese partido un queso más en el departamento de lácteos. Pretenden su desaparición total. De un extremo se pasan al otro.
En 1973 le preguntaron a Daniel Cosío Villegas (crítico liberal del presidencialismo mexicano) si el PRI, como suponían algunos intelectuales, estaba a punto de desaparecer: «Habrá PRI para rato», respondió don Daniel.
En 1985, Gabriel Zaid publicó en la revista Vuelta, un artículo: «¿Adiós al PRI?» Donde respondía que no. Que era prematuro despedir al PRI. Su hipótesis la amplió en un libro del mismo título, publicado en los años 90.
En otra ocasión le preguntaron a Carlos Monsiváis (anti-priista acérrimo) si el PRI moriría. «Claro», respondió, «morirá de viejo. Y aún no saca su credencial del INSEN».
Apostar el fin de un partido a la ineptitud manifiesta de su dirigente, deja fuera del análisis muchas otras variables de más peso.
Los cuadros del PRI, con sus penosas excepciones (que las hay en abundancia), suelen conocer a fondo el funcionamiento básico del Estado. Representan el cambio sensato, no el salto al vacío. No suelen apostarle a la novedad suicida. Algo es algo.
Heredan también el ADN institucional: fueron priístas quienes formaron las instituciones de protección social aún vigentes. Cierto: como toda entidad de larga data, demanda cirugías mayores, no cosméticas.
¿Cómo renovar su estructura? Ponderando los liderazgos regionales. En Nuevo León tenemos un PRI muy sólido, electoralmente imbatible en ciertas regiones, lidereado por César Garza. Es el PRI que vale la pena preservar y trasladar a los reflectores nacionales.
En el equipo de César hay priistas tan connotados como Héctor Morales, experimentado en la calle como en la lectura: con él suelo intercambiar libros de historia y filosofía.
Mis charlas con Héctor giran en torno a autores como Zygmunt Bauman, quien acuñó el término «modernidad líquida». El futuro del PRI se salva con perfiles como el de César Garza, no con los corruptos que medran en las filas de ese partido ni con quienes se dicen leales al tricolor, pero portan chalecos de Morena. Al diablo con tanta incongruencia.