Somos una sociedad que entre otros atributos (o defectos), tenemos una memoria muy corta y nos manejamos dentro de un doble discurso, eso que para algunos sería: “a Dios rogando y con el mazo dando”.
Tenemos memoria corta para recordar las cosas buenas y malas de la vida, las promesas de los políticos, los problemas sociales que apenas ayer nos afligían.
Hasta marzo tuvimos altos índices de contagio y enfermos con Covid-19, en alguna de sus variantes. Muchos todavía no se recuperan de las secuelas y ya circulamos por las calles sin cubrebocas, violamos toda regla de precaución para evitar contagios.
En mayo se desató una leve epidemia de gripa, resfríos intensos, un virus agresivo decían los médicos. La facilidad de los contagios derivó en parte por bajar la guardia en las medidas preventivas del Covid, si hubiéramos seguido en alerta, habrían sido menos los enfermos por el resfrío primaveral.
Culpamos a toda autoridad de nuestro sufrimiento por la escasez del agua en los domicilios, nos hemos hecho cómplices de las campañas emprendidas por algunos comunicadores contra las empresas que explotan los pozos de agua para su ganancia sin la menor sensibilidad para apoyar socialmente a la comunidad.
Nos enardecemos, vociferamos, maldecimos; algunos lo hacen bajo el influjo de alguna bebida de cebada, otros luego de haber bebido algún licor combinado con refresco de cola o agua mineral; no todos están bajo la intoxicación de bebidas embriagantes, pero un buen número de los protestantes de redes sí lo están.
Todo se reduce a un doble discurso, a tener memoria corta. Exigimos con ira, pero no aportamos a la solución, somos más bien, parte del problema.
Las refresqueras, tanto las que producen cerveza como refrescos embotellados tienen sus ganancias con el consumo nuestro. Incluso los comunicadores quienes enarbolan la bandera de la honorabilidad no promueven la campaña de la abstención, tampoco incitan a los medios para que dejen de vender publicidad a esas empresas insensibles.
Si fuéramos congruentes en nuestra indignación, haríamos una huelga de consumo, ni un refresco embotellado más a las refresqueras nuevoleonesas, ni un agua mineral más, cero compras de cerveza para los fines de semana. Una protesta donde nuestras acciones en realidad inquieten a las empresas que denominamos “insensibles”.
Lejos de ser congruentes, llega el fin de semana y compramos bebidas para ver el partido de futbol con los amigos y familiares, por supuesto, viendo el juego del equipo que da dividendos a las compañías que motivan nuestra molestia.
Algo similar pasa con la crisis en el abasto de agua, recriminamos al gobierno, pero no aportamos para revertir los ciclos de sequía cada vez más frecuentes.
Los patios de nuestras casas son planchas de concreto, cortamos los árboles porque tiran muchas hojas y tapan las descargas de agua en el techo del hogar, además que es una molestia barrer todos los días, sin olvidar que los molestos pájaros manchan la pintura del auto estacionado bajo la sombra.
Argumentamos que para ello pagamos, como si el dinero resolviera los problemas medulares de nuestra persona y comunidad. Lo realmente importante se resuelve con acciones, con participación, con compromiso nuestro, sumado al de la autoridad y el resto de la sociedad.
Reprobamos las construcciones verticales que están asfixiando calles y servicios, pero adquirimos esos inmuebles al necesitar vivienda u oficina.
La solución está en tener mejor memoria y abandonar el doble discurso donde siempre queremos un culpable externo a nuestros problemas.
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