Desconocen la palabra martirio. Tan solo las versiones ligeras de arbitrario, desencantaste e intolerancia.
En sus peroratas lastimeras, muchos de sus líderes, asumen violencia innecesaria. Les cala quien no piense a la par de ellos. Los incendia al punto de explotar. Arrinconan a una inmensa mayoría, de quienes no comulgamos, con su liturgia.
El lexicón voraz, hasta de un falso lenguaje incluyente, tiene raíz de amargura. Son falsos profetas hasta de sus desertores. Los persiguen con la vetusta insignia fascista del ojo por ojo.
La algarabía de sus manifestaciones públicas, tan apropiadas como el supuesto musculo de sus convocados.
Hasta ahora, esas minorías rabiosas, ciegas, mancas y cojas pasan por alto el clasismo mexicano, la intolerancia religiosa, la persecución de protestantes en zonas de usos y costumbres.
De Carlos Monsivaís, solo utilizan la parte del arcoíris. Olvidan las denuncias del intelectual y ensayista, sobre los desplazados en Chiapas y en otros estados de México.
Ese es el otro racismo. Cuando algunas empresas investigan a sus postulantes sobre sus credenciales religiosas.
Pueden soportar al no binario o al sapiosexual. Jamás al hermano separado. A quien por situación de fe, prefiere soportar el peso de la intolerancia religiosa.
De eso jamás se habla o escribe. Solo de los neofascistas de las minorías.