Después del fracaso previsible de la coalición «Va por México» en las elecciones de este domingo, el presidente del PRI, Alejandro Moreno, y su álter ego Rubén Moreira, deben ser defenestrados. No por marrulleros y vulgares, sino porque están con el agua hasta el cuello. El campechano y el coahuilense forman parte de la generación de gobernadores que jamás superaron la etapa de porros. Algunos están entre rejas y otros podrían hacerles pronto compañía. En la recta final de las campañas, Moreno le restó votos a los candidatos de su partido y a los del PAN —a los del PRD no tanto, pues ya casi no tiene—. Los audios del fantoche lo pintan tal cual es. Solo a un imbécil se le ocurre dar cátedra de corrupción por teléfono.
Los enjuagues y el lenguaje de Moreno podrían ser lo de menos en un país donde la venalidad se premia y la ordinariez invade ya todos los ámbitos. Antes los políticos cuidaban las formas, pues eran el fondo (Jesús Reyes Heroles, dixit). Hoy todo es espectáculo y superficialidad. Llamar muertos de hambre a los periodistas, como lo hizo el líder priista, refleja un sentimiento extendido entre la clase política. No solo es hacia el periodismo libre y crítico, sino en particular contra la prensa oficialista. La corrupción de Moreno —denunciada por su sucesora de Morena, Layda Sansores— y su desprecio por los informadores unificó al gremio, provocó una cascada de condenas y espoleó el voto de castigo. Aun con la salida de Moreno y de Moreira de la jefatura del PRI, Acción Nacional debe considerar futuras alianzas con un partido podrido hasta la médula.
Todos los gobiernos espían, por razones políticas o de seguridad, sin importar sus siglas partidistas. El desayuno de Rubén Moreira, cuentan, consistía en escuchar conversaciones telefónicas de periodistas, empresarios, líderes religiosos, activistas, opositores y funcionarios de su propia administración. Algunas grabaciones se filtraban a los medios de comunicación adictos y otras eran archivadas. Las escuchas ilegales —editas a o no— se utilizan como arma política. El propósitos salta a los ojos: calumniar, desprestigiar, reorientar tendencias electorales. Hurgar en la vida privada y salpicar lodo forma parte del trabajo —o es «el» trabajo— de los «estrategas» políticos. Las tarifas por esos servicios pueden ser de hasta nueve cifras. De acuerdo con los audios divulgados por la gobernadora de Campeche en el programa «Martes del Jaguar» Alejandro Moreno pagó cinco millones de dólares (alrededor de 100 millones de pesos) al consultor español Antonio Sola.
La procacidad de Moreno y el insulto a los periodistas son inexcusables. El pusilánime inventa cuentos y se victimiza para distraer. ¿Quién le cree al mitómano narciso? Las acciones del líder del PRI, por su gravedad, deben tener consecuencias y no pasar al anecdotario como si tal cosa. Recuerdo cuando un funcionario federal advirtió al gobernador sobre los reporteros que cubrían su gira: «A estos hay que tenerles miedo». «Miedo no, señor, respeto», replicó el extraordinario periodista lagunero Eduardo Elizalde Escobedo, de quien ya he escrito en este espacio. El enviado del presidente aceptó el error y se disculpó. Hoy, en la mayoría de los casos, no existe respeto para quienes desempeñan las funciones de informar, analizar, criticar y denunciar, imprescindibles para la democracia. Lo que hay son políticos infames como Alejandro Moreno y Rubén Moreira, enemigos de la libertad de prensa.