Saltillo.- La decisión del PRI de dejar en manos de su militancia la elección del candidato a gobernador le ha permitido al diputado Jericó Abramo tomar la iniciativa y poner nuevas condiciones. El líder del comité directivo estatal, Rodrigo Fuentes, hizo mutis después de anunciar el método y de insinuar que la postulación podría recaer en una mujer. Es un farol, pues ni el PRI ni los demás partidos tienen figuras femeninas competitivas. En tal caso, depender del PAN y el PRD para retener el poder reproduciría el fracaso en Hidalgo donde la coalición «Va por México», encabezada por Carolina Viggiano, se encamina hacia un fracaso estrepitoso. Julio Menchaca (Morena-PT) va en caballo de hacienda.
El vacío dejado por Fuentes le ha caído a Jericó —y a otros aspirantes— como anillo al dedo. Exhibir a una dirigencia del PRI débil y titubeante, sumado al pasmo por la renuncia de Mario Cepeda y su adhesión a Morena, le facilita desplegar banderas y presentarse como el rebelde que forzó a la cúpula a maquillar la decisión inamovible por Manolo Jiménez. El triunfalismo atiza el encono y la rivalidad entre los exalcaldes saltillenses. Jericó ha cobrado nuevos bríos e intensificado sus giras. Jiménez es metódico, teje alianzas y se ha vuelto omnipresente. Su papel de secretario de Desarrollo Social y aspirante con mayor intención de voto para obtener la postulación del PRI le prepara el camino. La separación de Cepeda obliga a un recuento de daños.
En la coyuntura, las redes sociales bombardean a los usuarios con encuestas sin rigor metodológico. En algunas, Abramo empata en las preferencias con Jiménez y en otras lo supera hasta por 13 puntos. La senadora Verónica Martínez es una ilustre desconocida. Por ella solo votaría el 1%, de acuerdo con el mismo sondeo. Hoy la competencia es por la percepción. Jericó logró modificar el esquema de selección, pero sigue en desventaja. Jiménez, favorito del gobernador Miguel Riquelme, controla el aparato burocrático y la maquinaria electoral.
Vencidas las resistencias, Abramo cambió el discurso. Ahora pide transparencia y equidad en la contienda. Sabe cómo se las gasta la cúpula para inclinar la balanza por el candidato oficial aun en elecciones internas. Para presionar, exige la renuncia de Jiménez como secretario de Desarrollo Social, pues, acusa, utiliza el cargo para promoverse. En tal caso, también él debería separarse del Congreso; y Ricardo Mejía, de la Subsecretaría de Seguridad Pública. Adelantar la sucesión empieza a pasar factura. Los seis meses que median para iniciar el proceso constitucional serán de desgaste y de conflicto.
El antagonismo entre Jericó y Jiménez es irreductible y podría llevarlos al extremo de acusarse mutuamente ante el Instituto Nacional Electoral (INE) por actos anticipados de campaña. En ese escenario, uno e incluso los dos podrían ser eliminados de la competencia. El INE ha sido rigorista en faltas menos delicadas, como la omisión de informes sobre gastos de precampaña. Por ese motivo, el año pasado canceló los registros de Félix Salgado y Raúl Morón, candidatos de Morena para los gobiernos de Guerrero y Michoacán. Pese a todo, el partido del presidente López Obrador derrotó al PAN, PRI y PRD en ambos estados.
Dar por sentado que Jiménez no afrontaría oposición, y menos aún dentro de su propio partido, y no preparar un plan B —también saltillense, por lo que la capital representa en votos— en caso de contingencia, fue un exceso de confianza. Si la consulta deviene farsa y Jericó no se presta al juego, como lo ha declarado, el delfín cargaría con el estigma de la ilegitimidad. Abramo no será postulado por el PRI, pero podría hacerle perder. La misma travesura que Luis Fernando Salazar le jugó a Guillermo Anaya en 2017. El antídoto de Jiménez es la alianza con el PAN. El PRD siempre ha sido satélite.
