Supe de la muerte de Patricia Vargas Bryan por un amigo querido, Luis de la Rosa Córdova. El deceso ocurrió en Torreón el Viernes Santo, día de gran significación para la Iglesia católica cuya fe profeso desde niño gracias a mis padres, pero sobre todo al ejemplo de mi abuela Manuela. Con ella acudía al templo de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Madre del Dios de la Pasión), restaurado para infundir vida a un centro de Torreón que avergüenza a propios y extraños, debido a la incuria de las autoridades. Al terminar cada jornada de trabajo —para mí uno de los más bellos: entregar flores en los domicilios de una clientela selecta, no por su posición social, sino por su calidad humana—, la acompañaba a rezar y dar gracias.
La primera noticia de Paty me la dio otro buen amigo, Juan Abusaíd Rodríguez, cuyo padre homónimo fue uno de los mejores alcaldes de Torreón. Cuando, para ocupar el cargo, se requerían cualidades que, en el caso de los advenedizos de las últimas décadas, están ausentes, pues sus prioridades son otras, como la de cambiar de estatus. En ese entorno, Juan me dijo: «Patricia sería la mejor candidata y alcaldesa que Torreón podría tener». Pero lo de Paty no era la política, sino el activismo, incomprendido muchas veces, pero sin el cual la sociedad permanecería en un letargo perpetuo. Mi amiga y admirada Paty, junto con sus compañeras de Participación Ciudadana 29 (PC-29), incordió al poder, siempre reacio a la rendición de cuentas. Quien se siente dueño del dinero de los contribuyentes incurre en los mayores abusos y se arroga el derecho de gastarlo a su arbitrio.
Mi respetada y admirada Paty fue —es— faro en un mar de mediocridad, complicidades y abulia social frente a problemas acuciantes y asuntos que le atañen directamente a cada lagunero. Voz inquebrantable y luz cegadora en medio del silencio y la oscuridad impuesta por el «moreirato» y sus secauces, Paty evidenció al embeleco llamado «Sistema Estatal Anticorrupción», creado y operado por farsantes y peones de los Moreira, cuya función consiste en mantener impune la megadeuda de 40 mil millones de pesos. El fiscal anticorrupción —título más kafkiano no puede existir— se pavonea cada vez que exhibe en sus vitrinas, llenas de polvo y telarañas, a una pieza menor —casi siempre de Gobiernos no priistas—, mientras los roedores bípedos bailan cumbia, presumen de intelectuales y se pasean por la sala sin ser vistos.
Antes de las elecciones de 2017, Paty, al frente de un ejército de mujeres y hombres pertenecientes a colectivos de Torreón, Saltillo, Monclova y otros municipios del estado, hizo lo que ningún partido político o fracción parlamentaria han atrevido: plantarse frente al Palacio de Gobierno e instalar letras blancas gigantescas con la leyenda: «ANTICORRUPCIÓN». La misma protesta llevaron después a la Casa de Gobierno de Torreón, cerrada a los ciudadanos, pero siempre abierta a los cortesanos y a los cómplices. Paty y yo intercambiábamos mensajes. Sus textos enriquecían los contenidos de «Espacio 4», su casa editorial en Saltillo. Contrario a lo que ocurre con el común de los mortales, a ella el desaliento la elevaba, la crecía aún más.
Paty podía perder batallas y enfadarse por el aparente poco eco de sus iniciativas, tendentes a construir mejores comunidades y Gobiernos, pero jamás claudicó. Prefería abonar la tierra para la participación ciudadana, tañer las campanas para despertar las conciencias y ganarse cada palmo, en vez de dar brazadas en los fangales de la política. Una de sus últimas victorias consistió en evitar que un secuaz de los Moreira se enquistara en el Sistema Estatal Anticorrución, pero el oportunista (lagunero y «periodista independiente» con vocación mercenaria) halló colocación en el Instituto de Acceso a la Información.
Tu adiós temprano, Paty, me duele en lo más hondo, pero, en vez de llorar tu muerte, celebraré tu vida. Levanto el caballito de tequila que dejamos pendiente con tu esposo Roberto Villarreal Maíz y elevo al cielo una plegaria de gratitud por haberte conocido. Nuestro mejor homenaje será continuar tu lucha por una sociedad libre, informada, participativa y exigente consigo misma y con las autoridades. En Saltillo, Monterrey y otras ciudades, nuevas Patricias toman las calles y afrontan a los Gobiernos para que abandonen su pasividad, despierten de sus sueños megalómanos y atiendan las demandas de seguridad, justicia y respeto a la vida da cada mujer.