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Los Grimm, Perrault y Fasci

Alguna vez escribía que en mi niñez todavía las madres y las abuelas solían contar (no leer) cuentos. El ejercicio para la imaginación es excelente, sobre todo porque con experiencia limitada, el niño combina lo que conoce para plasmar lo que le cuentan. A veces, mi tía abuela Emma, colgaba una sábana y hacía sombras chinescas. Las sombras y la historia eran como líneas punteadas; la imaginación hacía el resto uniendo los puntos en trazos maravillosos. Todavía, cuando mi amnesia descansa, puedo rescatar algunas imágenes y personajes de aquellos mundos.

Me acordaba hace poco de una princesa hechizada. No, no era la famosa Bella Durmiente ni Mariana. Las princesas de aquellos cuentos eran muy escasas, y no tenían parientes Grimm ni Perrault. Muchos años después descubrí que esos cuentos salieron de la tradición oral del norte de España (mestizos somos y en el camino andamos). Aquella princesa fue hechizada por una malvada reina mora que quería ser tan bonita como ella, así que la secuestró y la convirtió en pájaro, paloma creo. La conclusión fue feliz para la princesa, que recuperó su forma y su hermosura; la mora, me temo, tuvo muy malos fines, porque cada vez que me contaban ese cuento terminaba muerta de diferente manera. La muerte más ligera fue cuando se arrojó de una torre porque quedó calva; y la peor que yo recuerde, fue que con un hechizo su cuerpo se volteó al revés, lo de adentro por fuera. La desnudez más íntima exhibida, un castigo fatal a la vanidad.

Aquellas historias no eran tan monárquicas siempre. El cuento también giraba en torno de gente común: artesanos, pastores y agricultores. Pero lo normal es que el muchacho noble y valiente se jugara la vida salvando a una joven (bella siempre, a veces princesa), raptada por motivos muy pueriles por nobles malvados, brujas o hadas malas (había buenas también), trasnos, ogros y dragones/serpientes parlanchines. Lo que me lleva a pensar que desde las lejanas leyendas del folclor europeo, las mujeres siempre han sido objeto de codicia. No sé si en las antiguas civilizaciones de Mesoamérica pasaba lo mismo, aunque supongo que no si consideramos que, aunque fuera una cultura patriarcal, entre los aztecas una mujer podía ser ama de casa, o bien ser sanadora, comerciante, sacerdotisa, consejera, escriba, administradora, y hasta ejercer la prostitución como oficio no como vicio. En una sociedad articulada de esta manera, no hay muchas razones para raptar a una mujer. Y si hubiera raptos, los castigos mexicas rivalizaban con el de la reina mora volteada al revés.

Con la didáctica de mis abuelas, es obvio que se me estaba programando el “chip” para reaccionar en defensa de cualquier mujer amenazada (de preferencia guapa… según los cuentos). ¡Ya sé que es una formación patriarcal! Lo siento. Llevo décadas raspándome el tatuaje. No es fácil. Y es menos fácil aún, con mi antecedente doméstico, entender esta plaga de casos de mujeres que desaparecen raptadas por hombres, aunque a veces haya otras mujeres implicadas. Además, mi genética mestiza americana no concibe la posesión absoluta de otro ser humano, hombre o mujer, como objeto de codicia (hasta los esclavos tenían derechos entre los aztecas).

Para ser franco, me interesaron más las sucesivas protestas de este fin de semana por las mujeres desaparecidas que la votación para la revocación de mandato cuyo resultado y seguro iniciará otra fastidiosa pirotecnia política. Algunos (as) han sugerido que la posición social de una de las chicas desaparecidas, hallada luego asesinada, fue el detonante de las protestas. Eso se llama insidia, porque lo cierto es que estamos sentados sobre un polvorín y jugando con fósforos. Mientras no se determinen con certeza los motivos profundos de esa epidemia de raptos, no habrá vacuna. No son seres míticos, ni lobos feroces, ni madrastras malvadas los perpetradores. Tampoco es un problema de género, no del femenino al menos sino del masculino. Algo en estos años dañó el “chip”, y de caballeros nobles, cínicos y ridículos como yo, y nos estamos convirtiendo en sicópatas. Tal vez algunos suponen que las legendarias formas del respeto a la mujer (que siempre tuvieron trampa y nunca fueron cumplidas cabalmente) están revocadas por el feminismo, así que migraron al extremo opuesto. ¡Por Dios! Hay más respeto en un pleito entre borrachos que a la integridad de una mujer. Es un grave problema de salud mental que crece muy rápidamente.

En estas circunstancias, ni la Secretaría de Seguridad ni la Fiscalía estatales, pueden ir a la raíz del problema. Pueden, y deben, perseguir el delito. Al hallar la causa en cada caso, deben difundirla, porque es evidente que las causas, o la mayoría de ellas, están fuera del alcance preventivo de la policía y más cerca de la educación en el núcleo familiar. A ningún ciudadano mexica se le ocurriría entrar al negocio de “trata de blancas”, su educación familiar no lo permitía; y si se le ocurriera la novedad, sabía cuál era el castigo, y no era para nada piadoso.

En efecto, hay una gran responsabilidad social en la proliferación de raptos de mujeres. Pero eso no redime a las autoridades de la asunción de la suya. El Secretario Fasci, ha perfeccionado durante años el arte de responder a los medios no a la gente. Verbaliza magistralmente. Sólo que en cada mujer que desaparece hay una causa. Desaparecer “por su voluntad” es una patraña: se va porque alguien la convence o huyendo de algo. Tal vez no en todos los casos sea un asunto policiaco, pero debe identificarse y canalizarse para que lo trate la instancia adecuada. Un policía debe saber utilizar su arma, y además su inteligencia y tener empatía. El uniforme policiaco deshumaniza cuando el que lo porta se equipara con el que persigue no con el que protege.

No me extraña que en las protestas de este fin de semana se haya pedido la renuncia de Fasci, además de por su trastabillante trayectoria policiaca. Todavía con más razón cuando las manifestantes reportaron agresiones y detenciones este domingo. Si fue así, a ver con qué florilegios verbales sale ahora el Secretario de Seguridad, porque esas mujeres que protestaban son las que “desaparecen”, son a las que deberían proteger, no a un edificio. De veras que los cuentos de mis abuelas eran muchísimo más humanos que los del Secretario de Seguridad, y a pesar de las brujas, los ogros y los trasnos, muchísimo más realistas.

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