Si lo piensas, no lo digas,
Si lo dices, no lo escribas,
Si lo escribes, no lo firmes.
Si lo firmas, échate pa´tras.
Se atribuye a Fidel Velázquez
No fue el miércoles en la mañanera la primera vez en que el presidente López hizo mofa de la convicción proclamada por la mayoría de los pensantes, aunque se practique poco, de la supremacía de la ley en la vida social. En su burdo histrionismo, fue muy claro en su mensaje a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante su atrevimiento a contrariar el espíritu de alguna de sus iniciativas o decisiones: “No me vengan con el cuento ese de que la ley es la ley. No”.
Desde luego que fue lapidario, insolente, brutal, pero no fue novedoso.
En más de una ocasión Andrés Manuel López Obrador, ya presidente, se ha pronunciado por la preeminencia de la justicia por encima de la ley. Según su postura ya expresada, si la ley no conduce a la justicia, violar la ley es aceptable.
Encontrar la diferencia entre justicia y ley ha sido motivo de controversia durante siglos y no es este el sitio ni quien escribe la persona para dilucidarla; sin embargo, es necesario dejar claros dos o tres conceptos, que finalmente tienen que ver con el ser y el deber ser.
Kant señala que el deber ser nos lleva a comportarnos de acuerdo con normas externas, mientras el ser pertenece al mundo íntimo de la moral, mundo que requiere de la libertad. Lo objetivo, general y moderado, frente a lo subjetivo y libre. Para Rousseau, la libertad es el fruto de la naturaleza del hombre, y su primera ley es conservar su propia existencia. El compacto social le da vida y existencia política; la legislación le da movimiento y voluntad. “Toda justicia viene de Dios, quien es su fuente única; pero si hubiéramos sabido cómo recibir una inspiración tan elevada no necesitaríamos gobierno ni leyes” dice en el capítulo VI de El Contrato Social. Más adelantito: “En el estado natural, donde todo es de todos, yo no le debo nada a quien nada le prometí: yo reconozco como ajeno solamente aquello que no me es útil. En el estado social el caso es diferente y todos los derechos los establecen las leyes”.
La palabra griega Diakaiosque, del siglo VI antes de nuestra era, es la base de eso que llamamos justicia, el principio universal de orden y armonía entre el hecho y la norma que lo rige.
Hacer prevalecer el concepto subjetivo de la justicia, que simplificado es que lo correcto es lo que a mí me conviene, puede ser aplicable a un grupo primitivo de tiempos inmemorables que no llega a sociedad. No tiene por tanto nada que ver con nuestro tiempo. En el momento en que el individuo hace familia, la familia se convierte en tribu y las tribus en sociedad, el individuo pierde la libertad natural que no conoce más límite que la fuerza del individuo. Al perder esa libertad obtiene en automático la libertad civil, limitada por la voluntad general, por el bien común. En otras palabras, por las leyes. Otra máxima vieja dice que la ley es dura, pero es la ley.
Dentro de la complejidad de la discusión, los conceptos parecen estar perfectamente establecidos desde 1762 con la publicación de El Contrato Social, de Juan Jacobo Rousseau: si el presidente López obtuvo título en la carrera de leyes, debe tener idea de lo que estoy mencionando, y del contenido de ese libro.
Mi hijo menor dice que el presidente López no parece conocer ni un contrato de arrendamiento.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Yo sé bien poco de matemáticas, por eso quiero preguntarle al señor presidente: ¿En eso de cero corrupción, qué tan cero es el cero? ¿Incluye familia cercana?