La humildad es un ingrediente clave para crear vínculos cercanos…
Cuando se trata de sentimentalismos de los primeros que nos acordamos son de los nuestros, especialmente si alguien nos hizo algún daño. Por el contrario, no es tan fácil tener en mente cuando fuimos nosotros mismos quienes lastimamos a alguien. Me pueden decir, “Oye, Clara, pero yo no ando por la vida viendo a quién voy a hacer llorar”. Y ese es el punto, algunas veces lastimamos a quienes mas queremos sin ni siquiera darnos cuenta.
Esto sucede con más frecuencia en la familia, las personas con las que vivimos o a quienes vemos todos los días, porque la convivencia diaria nos dota de un exceso de confianza, un “no pasa nada”… “ay… equis”. Pero es importante tener presente que todos tienen derecho a sentir y la manera en que sienten, muchas veces, puede ser distinta a la nuestra.
En el mejor de los casos, la gente expresará su herida. Habrá una comunicación que nos diga a través de la palabra, los gestos o las acciones que lo hemos lastimado. Y como bien sabemos a la hora de comunicarnos no solo importa el qué decimos, cómo lo decimos y cuándo lo decimos.
Por ejemplo, una respuesta corta y directa puede ser la manera más práctica de abordar un asunto, pero para nuestro hermano que ese día andaba medio triste, porque le fue mal en el trabajo, aquello fue un latigazo que terminó la conversación. Luego lo vemos evitándonos o echando humo del coraje y no sabemos en qué momento sucedió todo. Hasta que lo suelta y te dice: Es que me contestaste mal. (Y nosotros no estábamos ni enterados…).
Las relaciones familiares, de pareja y de amistad existen para nutrirnos el alma, y estamos los unos y los otros para vivir en armonía. De eso se trata. Por ello, cuando surge algún problema es importante atenderlo. En circunstancias como la anterior en la que resulta que ocasionamos un malestar sin darnos cuenta, antes del orgullo de decir “ay, así contesto yo” o de hacernos locos y pensar “al rato se le pasa”, lo más empático es pedir una disculpa. Sí, como lo oyen, aunque no tengamos la culpa, aunque no sepamos muy bien cómo la regamos, es importante reconocer los sentimientos del otro. Y tan fácil como decir “oye, lo siento, no fue mi intención hacerte sentir mal…” con eso, damos valor a lo que el otro siente, le damos su lugar, reconocemos que es importante para nosotros y, a partir de ahí, la relación puede seguir creciendo. Se necesita mucho valor, pero estoy segura de que vale la pena.
Y tú, ¿puedes reconocer que los demás sientan distinto a ti o te gana el orgullo?