DALLAS TX. Es un hecho. Ya no hay lugar para el autoengaño, para darle largas. Empezó la vorágine de días que sin piedad se atiborran de compromisos y exigencias. Estamos por celebrar la Navidad (aunque obligada a la corrección política debiese decir el ambiguo y genérico “fiestas de fin de año”). Ay, el vértigo de estos días. El correteo constante, la casa que hay que limpiar, los niños que están de vacaciones, todos los preparativos para la cocina, la lista interminable de regalos, los centros comerciales con su sobresaturación sensorial de ruidos y colores.
Quizá en el fondo sea cierto que uno puede decidir por ponerse en huelga y no caer en el remolino de estos días. Después de todo, las fiestas se han venido tornando en mero pretexto comercial. Compra, compra y compra. Si quieres a alguien, hay que comprar. Todos nos venimos condicionando a que el amor no se demuestra con la constancia y la entrega afectiva, sino que éstas se demuestran con los objetos que uno da como símbolo de esa constancia y de esa entrega. No bastan en estos días la compañía, el entendimiento sin palabras, la mirada iluminada por la presencia de los seres queridos, las puertas abiertas de nuestra casa para recibirlos. No, hay que comprar bufandas, pulseras, suéteres, zapatos, juguetes, licuadoras. No, hay que llenar la casa de verde artificial, de luces, de medias navideñas, de hombrecillos de nieve (¡en Texas!), de adornos y más adornos.
Sí, tal vez, el motivo de las fiestas sea noble. Allá debajo de todo lo comercial se encuentra uno con una razón que las ennoblezca. Allá debajo de todos los regalos se encuentra uno con la esencia espiritual de estas fiestas. Para unos puede ser la arbitraria fecha en que se decidió celebrar el nacimiento de Jesucristo; para otros, Hannukah y para otros más, el Kwanza. Sin embargo, en el fondo, durante el invierno con estas fechas tal vez se anticipen el renacimiento y la celebración del ciclo de la vida, se conmemore el hecho de que, en medio del frío y la austeridad del paisaje, en unos meses volveremos a la renovación. Dado nuestro vínculo con la tierra y sus ciclos milenarios, tal vez el loco y ciego afán de estos días se deba también a una celebración anticipada de cuando se renueve el ciclo vital con la llegada de la primavera.
Lo invito a la reflexión, a que se dé tiempo de respirar y de preguntarse hasta dónde es necesario todo lo que hacemos. Lo invito a que contemple qué puede hacer para recuperar la esencia de estas festividades, cómo puede reintegrarles un sentido verdaderamente humano y espiritual a estos días. No niego que nos sintamos obligados o gustosos de adornar un árbol en casa, de comprar regalos para los seres queridos, pero tal vez no tenga que ser tanto, tal vez no sea necesario endeudarse, tal vez se pueda hacer que este mes sea algo verdaderamente significativo, lleno de esperanza y de ilusión por la renovación del ciclo de la vida y de nuestro espíritu.
Espero que diciembre sea un pretexto no para las compras sino para recordar que lo sagrado lo podemos encontrar en los actos cotidianos, ésos que cada uno decidimos hacer o no. Que su elección lo lleve a vivir la vida con intención y conciencia por respetarla y venerarla. Así sea.
Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español. Para comentarios:[email protected]
